¿Qué
ocurre cuando un país entero reduce su ingesta de calorías y aumenta el
ejercicio físico? ¿Y si ocurre justo lo contrario? ¿Y si todos estos factores
se analizan desde un punto de vista de prevalencia y mortalidad de diabetes y
enfermeda cardiovascular? ¿Y si se hace durante 30 años? Esto es lo que ha
hecho una investigación coordinada por Manuel Franco de la Universidad Alcalá y
del Centro Nacional de Investigaciones Cardiovasculares (CNIC), y en la que han
participado investigadores de Cuba y EE.UU. cuya conclusión más importante es
que, las intervenciones poblacionales pueden ser de gran utilidad a la hora de
promocionar la salud cardiovascular y disminuir la mortalidad por este tipo de
patologías -principal causa de muerte en el mundo- y por diabetes.
Estudiar
un población tan numerosa, tan homogéna -no hay grandes diferencias en salud,
raza, renta o nivel educativo- y con unos hábitos de vida tan similares ,y
hacerlo durante 30 años consecutivos, no es sencillo. De hecho, señala Franco,
este trabajo es «casi único», en el sentido en el que se ha trabajado en un
escenario «imposible de replicar en un ensayo clínico». De ahí, dice, la
relevancia de estos datos que se publican en British Medical Journal y que han
merecido un editorial del profesor de la Escuela de Salud Pública de la
Universidad de Harvard y Director del Departamento de Nutrición, Walter
Willett, para quien el trabajo «añade una fuerte evidencia de que una reducción
en el sobrepeso y la obesidad tendría enormes beneficios poblacionales».
Porque
el trabajo muestra los efectos a largo plazo de una intervención sobre la
población, tanto los positivos como los negativos. En 30 años, señala Franco,
en Cuba han pasado muchas cosas desde un punto de vista de la alimentación y
del ejercicio físico: así, experimentó una pérdida de peso moderada y un
aumento importante de la práctica de ejercicio físico durante al menos cuatro años
-1991-1995-. En esos años, denominados «periodo especial», señala el
investigador, Cuba, sometida al embargo de EE.UU., sufrió una terrible crisis
económica motivada por la caída de la Unión Soviética, principal sumistrador de
alimentos y petróleo.
Sin
combustible
Así,
los cubanos pasaron a depender de sí mismos para desplazarse, debido a la falta
de combustible, algo que provocó un aumento muy significativo (del 30% al 80%)
del porcentaje de población con niveles de actividad física moderada. Al mismo
tiempo, y de manera paulatina y sostenida, se redujo considerablemente la
ingesta calórica per cápita, de 3.000 calorías diarias a 2.200 (equivalente a
lo que recomiendan las dietas para perder peso). Como consecuencia se produjo
una pérdida de peso generalizada de casi 5 kilos para una persona de talla
normal. Los resultados del trabajo muestran el efecto de esta «obligada dieta»:
así, en 1996, cinco años después del inicio de la pérdida de peso, se inición
una rápida caída en la mortalidad por diabetes que duró seis años.
Pero
para Franco, lo más interesante del ensayo es la comparación con los años
posteriores, cuando la crisis terminó y los cubanos volvieron comer y a ganar
peso. En esos años -entre 1995 y 2010-, la población «engordó» una media de
nueve kilos y la prevalencia de diabetes se disparó desde 1997. Como resultado
de esta «bonanza», en 2002, se revirtieron estas tendencias y la mortalidad por
diabetes inició una tendencia ascendente. Y, sorpredentemente, «aunque pensábamos
que, una vez la población empezara a ganar peso, volvería a aumentar la
mortalidad por enfermedad coronaria -que había disminuido un 34% durante los años
1996-2002-, lo que vimos fue que las tasas de defunciones se estabilizaron, es
decir, dejaron de disminuir, pero no aumentaron. Esto contradice las tendencias
más agoreras», apunta Franco.
Lecciones
Franco
subraya el hecho de que con la pérdida de tan solo 5 kilos de media en toda la
población mantenida durante años se podría reducir en un tercio la mortalidad
por enfermedades coronarias y en casi la mitad las defunciones por diabetes.
Además, también bajarían, en un porcentaje menor, las muertes por infarto
cerebral o ictus.
Sin
embargo, la «especial situación» de Cuba hace que sea muy difícil trasladar los
resultados a España u otros países desarrollados. Así, creer que la crisis económica,
como la que estamos inmersos, es «saludable» sería un error. Franco explica que
«existen dos diferencias principales: la primera, que ésta no afecta por igual
a toda la población (y, la segunda, que se dirige directamente a la alimentación
ni al transporte de toda la población». Además, aunque el estudio no tuvo en
cuenta el estado nuticional de la población cubana, lo cierto es que había
estados de «desnutrición al comienzo de la crisis».
Pero
para el investigador se pueden extraer algunas lecciones que sí son
extrapolables: hemos aprenndido que debemos promover la salud en todos, como
sociedad; además, para que una intervención de salud púbica tenga un impacto
relevante, «no solo han de estar centradas en la población de riesgo, sino que
afecten a toda la población: deben ser estrategias poblacionales», subraya.
«Se
trata de comer menos y mejor, y sobre todo incrementar nuestra actividad física,
no sólo que algunos estén delgados o se maten en el gimnasio, sino que toda la
población pueda comer de manera equilibrada y andar o montar en bici en su día
a día». En este sentido, el experto apunta a la promoción de políticas donde se
primen formas de transporte mas activas que el uso del coche.
Los
investigadores explican que, tras el análisis de los datos, no se puede
concluir que uno de los tres factores (menor ingesta calórica, pérdida de peso
y aumento de ejercicio) sea más importante que otro a la hora de disminuir la
mortalidad cardiovascular.
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