Mi
papel como médico es hacer posible que Andile pueda volver a jugar a fútbol.
Solía entrenar tres veces a la semana en Khayelitsha, uno de los municipios más
grandes de Sudáfrica, con una extensión de kilómetros y kilómetros de diminutas
casas de ladrillo intercaladas con chozas de hojalata y que está situado en los
márgenes de Ciudad del Cabo. Tal como explica él mismo, era de esa clase de
jugadores que no se matan a correr sin sentido detrás del balón; él prefería
analizar el juego y hacer siempre esos pases decisivos que llevasen a su equipo
a la victoria. Pero hoy, lo que Andile desea por encima de todo es poder
correr, incluso sin sentido alguno -sentir su corazón palpitar con fuerza en su
pecho, sentir sus pulmones como si estuvieran a punto de explotar por el
esfuerzo realizado en el partido.
Pero
Andile no puede andar ni 10 metros sin tener que agacharse para respirar. Sus
pulmones están tan débiles que no puede ni siquiera reír. La tuberculosis le ha
devorado.
La
tuberculosis es una enfermedad muy antigua, que solía conocerse con el nombre
de tisis, o consunción, y que acabó con la vida de Gustavo Adolfo Bequer,
Miguel Hernández, George Orwell, Anton Chekhov, Franz Kafka, Simón Bolívar y
Frédéric Chopin, entre otros muchos. Incluso hoy, la tuberculosis mata a 1,5
millones de personas cada año y se sitúa justo por detrás del VIH como la
enfermedad infecciosa que causa más muertes en todo el mundo. Sin embargo, como
hace medio siglo había prácticamente desaparecido en la mayor parte de los
lugares con recursos, dejaron de desarrollarse nuevos medicamentos para
tratarla.
Esta
bajada de brazos ha provocado que esta enfermedad, que sin duda alguna es uno
de los enemigos más temidos de la historia de la humanidad, haya dispuesto de
tiempo suficiente para desarrollar nuevas formas de vencer a las defensas que
se habían creado para combatirla. Hoy, casi medio millón de personas en todo el
planeta están infectadas por cepas de tuberculosis contra las que los
medicamentos existentes no pueden hacer nada. En Sudáfrica, el país donde
trabajo, 15.000 personas fueron diagnosticadas con TB resistente a los
medicamentos en 2012. La gran mayoría de ellas (hasta un 80%) la contrajo
respirándola y sin darse cuenta.
Cuando
enferman, vienen a verme a mí, a su médico, pidiéndome que les cure. Y cada vez
que esto ocurre, yo no puedo evitar pensar que me equivoqué cuando decidí
dedicarme a la medicina, que tendría que haber sido maestra de escuela o
planificadora de urbanismo, o incluso ingeniera, qué sé yo... cualquier persona
que se dedique a una de estas profesiones puede contribuir más que yo a cambiar
la vida de estas personas.
Porque,
como médico, ¿qué puedo decirles a mis pacientes?, ¿qué acabamos de celebrar la
curación de Siyabulela, de 30 años, y que por tanto hay esperanza? Pues por un
lado sí, pero por otra parte no puedo ocultarles que Siyabulela es sólo la
cuarta persona que sale adelante desde que empezamos a tratar la tuberculosis
extremadamente resistente a los medicamentos XDR (TB-XDR por su siglas en
inglés) en Khayelitsha. De hecho, las otras tres personas que empezaron el
tratamiento al mismo tiempo que él, hace ya tiempo que murieron.
No
puedo soportar mirar a alguien a los ojos y decirle que no puedo darle mejores
probabilidades de supervivencia que las que obtendría con la tirada de un dado.
Si sale seis, vivirás. Si no, estarás muerto antes de dos años. En Sudáfrica,
con el régimen de tratamiento actual, únicamente se curan un 13% de los
pacientes con TB-XDR.
Después
de decirle cuáles son sus remotas probabilidades de supervivencia, me toca
informarle de que para agarrarse a esa pequeñísima ventana de esperanza, tendrá
que soportar dos años de un complicado y duro tratamiento. "Durante por lo
menos seis meses, tendrás que someterte a inyecciones diarias que te causarán
un dolor tan grande que no te permitirá ni sentarte. Esos mismos medicamentos
que te inyectaremos podrían dejarte sordo de por vida. Las alternativas de que
dispongo para luchar contra la TB resistente a los medicamentos son tan
limitadas que me podría ver forzada a recetarte algún otro medicamento que
podría hacerte perder la cabeza, fármacos que podrían llegar a provocar la
aparición de episodios sicóticos agudos que te harían ser un peligro para ti
mismo".
Y
para colmo, tengo que explicar a mis pacientes que hasta que pasen esos dos
años no sabrán si todos esos esfuerzos y penurias habrán valido la pena, ya que
"hasta entonces nunca sabrás si sacaste un seis cuando tiraste el
dado".
Estoy
harta y cansada de utilizar tiritas para tratar de cerrar heridas abiertas.
¡Dadme algo con lo que realmente pueda trabajar! ¡Dadme algo que pueda salvar
vidas!
Necesitamos
un régimen de tratamiento contra la tuberculosis que sea totalmente nuevo. Un
tratamiento que funcione realmente. Un tratamiento que no haya sido desterrado
de la época obscurantista de la medicina moderna para ser reutilizado porque,
bueno, al fin y al cabo es mejor que nada.
Pero
bueno, seamos positivos y quedémonos con que en el fondo hay algo de esperanza,
con que por fin hay algunos rayos de luz vislumbrándose en el horizonte. Por
primera vez en 50 años, se están desarrollando nuevos fármacos para tratar la esta
infección. Todos ellos por sí mismos representan grandes pasos adelante, pero
no podemos olvidar que ninguno de ellos puede utilizarse de manear
individualizada. La tuberculosis es tan poderosa que se necesita un cóctel
completo de medicamentos para vencerla. Para mí está claro que la única forma
de poder hacer frente al nuevo rostro de esta vieja enfermedad es encontrando
nuevas combinaciones de medicamentos que sean simples, accesibles, y más
tolerables que el tratamiento actual. Y también, cómo no, que éstas puedan
implementarse rápidamente en los países donde la tuberculosis prolifera.
Pero
para cuando ese sueño se materialice, ¿en cinco, siete, 10 años?, ocho de cada
10 pacientes que hayan pasado por mi consulta, que ven mi bata blanca de médico
como un chaleco salvavidas al que aferrarse, estarán muertos y olvidados por
todos, excepto sus familias y amigos que llorarán su pérdida en este, uno de
los rincones más pobres del mundo.
Necesitamos
que gobiernos, donantes, compañías farmacéuticas y centros de investigación
vayan más allá y aúnen sus fuerzas para desarrollar un tratamiento combinado
nuevo, más corto y más efectivo, que sirva para dar a todas las personas
afectadas la oportunidad de curarse, la oportunidad de vivir. ¡Por favor, los
que tengáis en vuestro poder el dar la vuelta a esta crisis, poned de una vez
los medios para salvar hoy unas vidas que de otra forma se perderán mañana!
Y
todos los demás podéis también aportar vuestro granito de arena firmando el
manifiesto de MSF contra la TB-DR -elaborado por pacientes y médicos en la web
que hemos creado a tal efecto: msfaccess.org/tbmanifesto. La petición apela al
acceso universal al diagnóstico y al tratamiento de la TB-DR, a que se
desarrollen mejores regímenes de tratamiento y a que haya fondos disponibles
para llevar a cabo estos programas.
La
doctora Jennifer Hughes es la responsable médica de MSF en Khayelitsha (Ciudad
del Cabo, Sudáfrica). La organización médico humanitaria trabaja en
colaboración con el Departamento de Salud y con varios organismos locales para
responder a la epidemia de tuberculosis resistente a los medicamentos.
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