Si
las carnes rojas, los embutidos, la mantequilla, la bollería y las salsas
industriales son la estrella de su dieta, no tarde mucho en hacerse un análisis
de sangre para comprobar su nivel de colesterol. Puede que esta alimentación
rica en grasas saturadas y trans, tan poco equilibrada, no le haya hecho
engordar (los hay con esa suerte), pero contribuyen a aumentar el colesterol en
sangre.
Cuando
se supera la cantidad necesaria para nuestro organismo, se va depositando en
las paredes de las arterias provocando una progresiva obstrucción, que aumenta
el riesgo de sufrir un infarto de corazón o un accidente cerebral. «El
colesterol alto, junto con la hipertensión y el tabaco son los tres principales
factores de riesgo de enfermedad cardiovascular», advierte el doctor Leandro
Plaza, presidente de la Fundación Española del Corazón (FEC).
El
colesterol es una sustancia grasa natural necesaria para el normal
funcionamiento del organismo, pero en su justa medida. Lo que se conoce
popularmente como colesterol «malo» (LDL), el que se desposita en la pared de
las arterias y forma las placas de ateroma, debe estar por debajo de los 100
mg/dl; y el «bueno» (HDL), que transporta el exceso de colesterol de nuevo al hígado
para que sea destruido, por encima de los 35mg/dl en el caso de los hombres y
de los 40 mg/dl en las mujeres.
Lo
normal es no sobrepasar los 200 mg/dl de colesterol total (la suma de los dos
tipos). Actualmente, uno de cada dos adultos en España lo tiene por encima de
los niveles totales recomendados. «El hígado fabrica el 80% de nuestro
colesterol y el 20% lo ingerimos a través de los alimentos», explica el doctor
Plaza. Por eso, la primera intervención cuando nos comunican que lo tenemos
alto es un cambio en la dieta. «Se da un periodo de prueba de dos o tres meses
con una alimentación muy estricta, libre de grasas saturadas. Si a pesar de
esto, sigue elevado, se pasa a los fármacos», apunta el presidente de la FEC.
Para
controlar el colesterol malo a través de la alimentación «hay que potenciar en
la dieta las frutas, verduras, pescados azules, legumbres, carnes magras y los
frutos secos, en especial las nueces por su alto contenido en omega 3», enumera
Lina Robles, dietista-nutricionista del Hospital Sanitas La Zarzuela. Con el
objetivo de reducir al máximo la ingesta de grasas, la experta recomienda optar
por los lácteos desnatados o semidesnatados, utilizar aceite de oliva en la
cocina y beber agua, evitando el alcohol de alta graduación y las bebidas
azucaradas.
Alimentos
enriquecidos
En
el supermercado, además, encontramos lácteos enriquecidos en omega 3 (ácidos
grasos asociados con la disminución del riesgo de enfermedades cardiovasculares)
o con esteroles vegetales (presentes también en frutas y verduras, pero no en
cantidad suficiente) que ayudan, pero no son la panacea. «Para que haga efecto,
el producto debe contener 1,6 gramos de esteroles vegetales, debemos ser
constantes, y acompañarlo de dieta y ejercicio», afirma Robles. «Que nadie
piense que por tomar solo esteroles va a conseguir bajar el colesterol»,
enfatiza el doctor Plaza.
Lo
que se debe evitar en caso de tenerlo alto, y limitar, aunque estemos bien, son
las grasas saturadas y los azúcares añadidos. «Hay que tener cuidado con quesos
y embutidos grasos, eliminar la bollería industrial, las carnes grasas, las
mantequillas, salsas comerciales, los precocinados, el alcohol de alta graduación,
las bebidas azucaradas y los aperitivos salados», aconseja la nutricionista. En
cuanto a la forma de cocinar, lo aconsejable es preparar los alimentos al
horno, a la plancha, a la parrilla, al microondas, asados o al vapor.
«El
colesterol alto puede ser hereditario»
Si
el colesterol no baja con el cambio de dieta, puede que la persona tenga
hipercolesterolemia familiar, una enfermedad hereditaria que provoca niveles de
colesterol perjudicial muy elevados desde el nacimiento. «Pueden duplicar o
hasta triplicar las cifras consideradas normales», explica el doctor José Ramón
González-Juanatey, presidente de la Sociedad Española de Cardiología (SEC).
Aunque es de difícil diagnóstico (sólo el 20% de los portadores están
correctamente diagnosticados y tratados) existen síntomas que pueden alertar de
su presencia (colesterol total mayor de 300 mg/dl, hipercolesterolemia en
familiares de primer grado o infarto de miocardio en edades tempranas). «Si la
detección y el tratamiento se realizan precozmente se evitará la carga de
enfermedad coronaria y estas personas pueden tener una esperanza de vida
similar a la de la población general», afirma el presidente de la SEC.
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