Las
metanfetaminas son estimulantes químicos cuya estructura puede modificarse
fácilmente en un laboratorio para cambiar su composición y, de esta manera,
adelantarse a su ilegalización. Hay decenas de estas drogas de diseño, que
llevan más de 20 años en el mercado en diferentes formatos. El shabú es una de
ellas.
Se
trata de un clorhidrato que se fuma y ahí está precisamente la clave de su
potente efecto, 15 veces superior al de la cocaína. Como indica Ana Ferrer,
jefa de la Unidad de Toxicología Clínica del Hospital Clínico Universitario de
Zaragoza, "lo importante aquí es más la vía de absorción que la sustancia
en sí misma". El shabú se inhala y se absorbe por el pulmón, que tiene una
superficie muy grande, lo que hace que su entrada en el torrente sanguíneo sea
más rápida y mayor.
Una
vez que la droga llega a las neuronas se produce una gran liberación de
adrenalina, dopamina y serotonina que da lugar a una activación del sistema
nervioso central similar a la que se produce con la cocaína, pero mucho más
potente y prolongada. Esta intensa estimulación provoca taquicardia intensa,
agitación, estado de alerta permanente, pérdida de autocrítica,
envalentonamiento y alteración de la realidad. Esta intensa reacción se debe,
insiste Eduardo Martínez Vila, director de Neurología de la Clínica Universidad
de Navarra, a "su entrada de forma explosiva en el organismo".
Esta
acción sobre el sistema nervioso hace que el cerebro esté en situación de
máxima alerta, que puede prolongarse hasta tres días, y que no descanse lo que
da lugar a un efecto de agotamiento máximo. Hay falta de apetito, apatía,
anhedonia... la persona puede estar hasta tres días dormida posteriormente.
Pero no quedan ahí los efectos negativos sobre el cerebro, "pueden darse
cuadros delirantes, alucinaciones, pseudoesquizofrenia, convulsiones y una
depresión muy intensa en los consumos crónicos", apunta Martínez Vila.
Otro
daño que genera la inhalación de shabú es sobre el sistema cardiovascular.
Puede ocasionar espasmos arteriales que deriven en un infarto al corazón, un
ictus o un infarto mesentérico. De hecho, hace décadas no se veían apenas ictus
en personas menores de 50 años y ahora se producen cada vez más, de los que un
elevado porcentaje se vincula con el consumo de drogas.
No
hay manera de saber cuál va a ser la dosis que pueda generar un problema de
este tipo. Tal y como reconocen los expertos consultados por EL MUNDO, la
variabilidad entre individuos es muy amplia y no se puede predecir a qué
persona le va a producir un daño más grave. Sin embargo, sí que afirman que un
primer consumo es suficiente para dejar una huella imborrable en el organismo.
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