Ah!,
las vacaciones de verano, ese fenomenal invento que apareció en Europa y
Estados Unidos a mediados del siglo XIX para unificar los calendarios rurales y
urbanos. Hasta entonces en los pueblos los niños sólo tenían clase en invierno
y verano para poder colaborar en la plantación en primavera y la cosecha de
otoño, y los de la ciudad, tenían 48 semanas de clase al año y sólo un periodo
de descanso cada trimestre. Pero la elección estratégica del verano también
respondió entonces a criterios sanitarios. Se temía, por un lado,
sobreestimular la mente infantil con demasiadas semanas lectivas, lo que podría
conducir a desórdenes psicológicos. Por otro lado, la comunidad médica de la
época advertía de que meter a los niños en un aula durante los meses más
calurosos podía favorecer la trasmisión de enfermedades como la polio.
Sin
embargo, hoy las vacaciones son vistas desde una perspectiva sanitaria como un
arma de doble filo. Una teoría es que las vacaciones nos inducen en un estado
placentero que, al reencontrarse con la realidad del trabajo, agrava los
efectos del estrés laboral -algo que ha dado en llamarse síndrome o depresión
postvacacional. La empresa de recursos humanos Randstad viene elaborando en los
últimos años un informe sobre la depresión postvacacional en España. El último,
hecho público hace unos días, afirma que un 53% de los casi 1.000 sujetos
aleatorios encuestados este año no sufrió de depresión postvacacional en su
vuelta al trabajo frente a un 39% el año pasado.
¿Nos
deprimen al acabar?
El
informe define la depresión postvacacional como un «trastorno que dificulta la
adaptación al nuevo ritmo laboral y se manifiesta en irritabilidad, insomnio o
tristeza, así como dolores de cabeza, alteraciones en el apetito o
desmotivación». Pero el informe Randstad es, más que un trabajo científico, una
encuesta. Informativa, sí, pero sin valor clínico.
Diversas
asociaciones médicas, como la Sociedad Española de Medicina General o la
Asociación Española de Psiquiatría han proclamado abiertamente que la depresión
postvacacional no existe y, es más, que el mero uso de la palabra «depresión»
en el término es una inadecuada vulgarización de la terminología psiquiátrica.
En inglés, para referirse a lo mismo, se usa post-vacation blues -tristeza
postvacacional.
En
realidad, hay pocos estudios publicados sobre el impacto que tienen las
vacaciones (o su falta de ellas) sobre la salud de las personas. Uno de los más
citados es el estudio longitudinal Framingham, que se inició en 1948 para
conocer la salud cardiovascular de los habitantes de Framingham, Massachusetts,
y que ya acumula datos de tres generaciones distintas.
Los
datos recogen factores de riesgo como el tabaco, la obesidad, la diabetes o el
salario, pero también los periodos vacacionales. Tomando este factor, los datos
indicaban que aquellos hombres que no tomaban vacaciones anuales tenían un 32%
más de posibilidades de morir de un ataque al corazón. En el caso de las
mujeres, las cifras eran aún más dispares; aquellas que no tomaban vacaciones
cada uno o dos años tenían hasta ocho veces más posibilidades de desarrollar
una enfermedad coronaria o sufrir un ataque cardiaco.
¿Son
buenas para el corazón?
Para
el doctor Vicente Bertomeu, presidente de la Sociedad Española de Cardiología,
este tipo de estudios que relacionan salud cardiovascular con el bienestar de
las vacaciones son, cuanto menos, discutibles. «No hay evidencia científica de
que las vacaciones mejoren la salud cardiovascular de la población. Tienen un
efecto beneficioso sólo cuando romper la rutina proporciona más tiempo para
emplear en hábitos saludables», señala Bertomeu a ABC.
A
diferencia de muchos psicólogos, que sí citan el estrés laboral como nocivo
para la salud, para Bertomeu, el estrés está sobrevalorado, tiene muy poco o
ningún impacto, muy especialmente cuando se enumera como factor de riesgo para
patologías cardiovasculares. «Yo soy cardiólogo y en nuestro ámbito, imagínese,
hay mucho estrés. Nosotros hacemos trasplantes, cateterismos, ponemos
marcapasos y los cardiólogos no tenemos más riesgo que otros médicos o que la
población en general», dice este doctor.
Sin
embargo, es un hecho que los cardiólogos, Bertomeu incluido, reciben en su
consulta a muchos pacientes que aducen tener estrés. «Lo que sí tiene un
impacto en estas personas», dice Bertomeu, «es que comen de forma inadecuada,
no tienen tiempo para hacer ejercicio o no siguen las indicaciones precisas con
los medicamentos». La conclusión sería que no es el estrés en sí mismo lo que
es peligroso, sino los hábitos de vida que generan ese estrés.
«Cuando
el tiempo libre se utiliza de forma inapropiada puede tener consecuencias
perjudiciales», dice Bertomeu, «por ejemplo si uno pretende hacer en vacaciones
todo el deporte que no ha hecho el resto del año». Para el presidente de la
sociedad de cardiólogos, «lo importante es trasmitir el mensaje de que la
gente, en vacaciones, mantenga hábitos alimentarios o cuide su peso,
aprovechando que no tiene esa presión marcada por la rutina, que le impide
poder hacer ejercicio físico o le obliga a comer fuera a menudo».
Otro
estudio realizado al respecto de las vacaciones, en 2006, pretendía analizar si
tienen una influencia positiva o negativa en cuanto a los hábitos de sueño. La
aerolínea Air New Zealand contrató a la consultoría científica Alertness
Solutions, empresa que ha trabajado con la NASA en asuntos relacionados con el
descanso de los astronautas. Querían cuantificar científicamente el beneficio
de unas vacaciones en la salud. Gracias a unas pulseras especiales,
monitorizaron con regularidad la cantidad y calidad de sueño de 15 personas;
antes, durante, y después de tomar unas vacaciones de entre 7 y 12 días en
Nueva Zelanda.
El
director científico de Alertness Solutions, Mark Rosenkind, dijo al New York
Times que, después de dos o tres días de vacaciones, los participantes ya
registraban una hora más de sueño de buena calidad, «algo que seguían
manteniendo una vez regresaban a casa».
El
psicólogo Dov Eden, de la Universidad de Tel Aviv, realizó algunos estudios en
este sentido apuntando precisamente a que los efectos beneficiosos de las
vacaciones se reducían al estar enganchados electrónicamente a la realidad. Sin
embargo, todos estos trabajos, por valiosos u orientativos que sean, tienen ya
más de cinco años, por lo que no han podido analizar aún el impacto que las
nuevas tecnologías de Internet móvil tienen sobre el descanso vacacional. Que
uno ya no puede «desconectar» del mundo laboral como antes es un hecho. Ese
e-mail del trabajo preguntando dónde estaban aquellos informes es capaz de
llegar ante los ojos del veraneante aunque se esconda en la playa más recóndita
de Indonesia.
¿Menos
vacaciones en el futuro?
Existe
otro fenómeno, posiblemente alentado por las circunstancias económicas
actuales, en el que no solo las empresas, sino también los empleados, sugieren
mantener o reducir las vacaciones. Así sucedió el pasado mes de marzo en Suiza,
cuando los ciudadanos votaron mayoritariamente en contra en el referéndum para
alargar en dos semanas (de cuatro a seis) su mínimo legal de vacaciones.
Para
sorpresa de muchos, esta situación no es ajena a nuestro país. De acuerdo con
un estudio, desarrollado por investigadores de las universidades Politécnica de
Valencia, Jaime I de Castellón y del País Vasco, y presentado hace unos días
«el porcentaje de adictos al trabajo en España podría pasar del 4,6 % actual al
11,8 % de los trabajadores en diciembre de 2015».
Los
investigadores, que han definido la adicción al trabajo como «una de las
psicopatologías sociales de este siglo», realizaron un cuestionario a 1.200
trabajadores para discernir sus niveles de adicción en tres categorías:
trabajadores racionales (con 40 horas o menos semanales), sobretrabajadores
(más de 40 horas) y adictos (determinados por su nivel de compulsión a partir
de las respuestas ofrecidas en la encuesta) -hasta aquí, todo muy parecido a lo
realizado por Randstad.
Según
explica Mario del Líbano, de la Universidad Jaume I, para interpretar estos
datos aplicaron un modelo matemático basado en cuatro posibles escenarios
económicos, «el primero, basado en las previsiones de la OCDE, augura un
crecimiento del paro hasta 2013; un segundo, optimista, que contempla la bajada
de la tasa de desempleo el año que viene a niveles de 2010. El tercero se basó
en los análisis de la FUNCAS, que prevé una recuperación lenta a partir de
2014; y un último, más pesimista, marcado por un continuo ascenso del número de
parados en España desde 2012 y hasta 2015».
Lo
cierto es que en todos los escenarios se precedía, con pequeñas diferencias
entre ellos, un aumento de los adictos al trabajo en España, algo que los
investigadores achacan a una falta de «cultura empresarial que permita aumentar
la capacidad de los trabajadores para sobreponerse a contextos de dolor
emocional, traumas o el miedo a perder el empleo». Lo más sorprendente es que
el mayor aumento de adictos se daría en el escenario más optimista (bajada de
la tasa de desempleo el próximo año) con un 11,88%.
Sin
embargo, como sucede con la depresión postvacacional, los psiquiatras sugieren
que la adicción al trabajo puede ser simplemente una cortina para problemas
mayores. No se trata, como suele creerse, de trabajar más duro, sino de no
dejar de preocuparse por el trabajo. Como afirma Bryan Robinson, profesor en la
universidad de Carolina del Norte y autor de un libro sobre el tema, «el
workaholic (adicto al trabajo) es un mal candidato a empleado del mes porque a
menudo tienen más trabajo del que pueden hacerse cargo con efectividad».
No
tener empleo es la situación más estresante
En
la situación económica actual, no todo el mundo en España tiene la posibilidad
de tomarse unos días de descanso. Al menos para la salud mental de las
personas, no tener trabajo es peor que tenerlo y no irse de vacaciones. Así lo
afirma un estudio sobre estrés postvacacional del doctor Antonio Cano,
catedrático en Psicología de la Universidad Complutense y presidente de la
Sociedad para el Estudio de la Ansiedad y el Estrés. «El desempleo es un
estresor más importante que el reincorporarse al trabajo tras las vacaciones,
constituyendo un factor de riesgo más grave para sufrir problemas de salud»,
dice este estudio, que señala también que en España, los desempleados tienen
una probabilidad mayor «de padecer algún trastorno de ansiedad (2,2 veces más
probable), problemas depresivos (2,2 veces más probable), o algún tipo de
adicción (1,8 veces más probable)».
La
psicóloga Raquel Molero, del Instituto Superior de Estudios Psicológicos (ISEP)
señalaba hace unos días que los parados pueden estar también más expuestos al
síndrome postvacacional, y no por sus vacaciones, sino por las de los demás. En
esos días en que los contactos vuelven a la rutina, pueden surgir «sentimientos
de soledad al ver cómo los demás vuelven a la rutina, sensación de desidia,
apatía y ansiedad que pueden afectar» a las personas en paro.
¿Cuántos
días de vacaciones son recomendables?
El
estudio sobre la calidad de sueño de Alertless Solutions indicaba que, a más
días de vacaciones, mejor era la respuesta, aunque los efectos beneficiosos
comenzaban a notarse tras el tercer día de descanso.
En
la actualidad, un trabajador en España goza legalmente de 22 días libres
anuales más 14 días festivos. Sin embargo, muchas empresas -incluso
administraciones, en el caso de empleados públicos- están aumentando las horas
de trabajo o reduciendo días libres a sus trabajadores. El gran debate de fondo
es si esto provoca un aumento de la productividad.
Ahora
mismo, con 36 días al año, España es uno de los países con más vacaciones
pagadas del mundo y su productividad está siempre en tela de juicio. Pero un
análisis realizado en 2007 por la publicación Bloomberg Businessweek muestra
que no siempre existe una correlación entre estos dos factores: Finlandia, con
una media de 40 días anuales de vacaciones, es más productiva que Alemania, con
30 días libres.
Otro
informe más reciente sobre competitividad, elaborado por el español Xavier Sala
i Martín de la Universidad de Columbia y presentado en Ginebra durante la
reunión de 2001 del Foro Económico Mundial, señala que las sutiles mejoras de
la productividad en España (situada en el 36º lugar de países más competitivos)
durante los últimos años tienen que ver, más que con la reducción del número de
días libres, con la implantación de tecnologías de la información (TIC) y una
cierta resistencia en cuanto a mantener la inversión en I+D y la capacidad de
innovar. Del mismo modo, el informe señala que el mayor lastre para la
productividad española no radica precisamente en ser uno de los países con más
vacaciones del mundo, sino uno de los países con más desajustes
macroeconómicos; en particular, déficit y deuda públicos.
Síntomas
Los
síntomas más comunes al volver de vacaciones y enfrentarse otra vez a la rutina
laboral son tristeza, apatía o algo de malestar, si bien casi todo el mundo los
sufre sólo durante unos días y en dosis muy bajas. El disfrute de las vacaciones
se basa, biológicamente, en que los periodos de descanso estimulan la secreción
de dos neurotransmisores, la dopamina y la serotonina. Por tanto, al
interrumpir este disfrute súbitamente, aparecen los problemas.
Uno
de los riesgos es que la depresión post-vacacional (que, repetimos, no existe
oficialmente como enfermedad) es que pueda, en realidad, estar ocultando un
problema mayor de índole psiquiátrica, un verdadero trastorno de ansiedad o
depresión.
De
acuerdo con el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales,
editado por la Asociación Americana de Psiquiatría y que muchos profesionales
médicos usan como referencia, para que el síndrome postvacacional sea
considerado requiere que «la aparición de síntomas emocionales o comportamentales
en respuesta a un estresante identificable tenga lugar dentro de los 3 meses
siguientes a la presencia del estresante». Tres meses. Además, como señala el
doctor Cano, «este trastorno sería previo a un trastorno depresivo o un
trastorno de ansiedad».
Recomendaciones
Para
evitar traumas adicionales al regresar de veraneo, antes de planear el viaje,
los expertos recomiendan hacerse una pregunta: ¿Se adapta ese plan de
vacaciones a su personalidad o a la de su familia?
Otros
de los consejos que dan los expertos para tener una saludable vuelta al trabajo
son:
-
Organizar bien la agenda y comenzar el trabajo poco a poco, por las tareas más
gratas o, si no es posible, priorizando las más urgentes. También se recomienda
no apurar las vacaciones hasta la tarde de antes, sino dejar dos o tres días de
adaptación y para resolver los problemas habituales: facturas, lavadoras o
compras.
-
Dormir lo suficiente, en torno a ocho horas. Durante las vacaciones las rutinas
de sueño se modifican, especialmente si el viaje incluye desplazamientos
transoceánicos en avión.
-
La práctica moderada de algún deporte o ejercicio físico ayuda a estimular la
producción de dopamina o serotonina, haciendo más llevadera para nuestro
cerebro la abrupta interrupción del placer vacacional y vuelta a la rutina.
LOS
NIÑOS TAMBIÉN SE ESTRESAN
Los
mayores sufren la vuelta al trabajo y también los niños pasan su particular
depresión postvacacional al volver a las clases. Lo explica José Gimillo,
psiquiatra de la Unidad del Niño y del Adolescente de Hospital Universitario
Quirón Madrid.
¿El
niño puede sufrir síndrome postvacacional?
Lo
mismo que en adulto, en el niño también existe el síndrome postvacacional,
aunque tienen unas características diferentes: no es tan depresivo como en el
adulto, pero si va unida a problemas de adaptación y a ansiedad asociadas a una
mayor exigencia. Sin embargo, en el caso del niño estas ansiedades se compensan
con encontrarse con los amigos y todo el aspecto social tan importante para
ellos.
¿Se
da más ansiedad en los cambios de ciclo?
Sí
y cuando cambian los compañeros de clase. Es importante sobre todo el cambio
desde primaria a la Educación Secundaria Obligatoria (ESO). Una de las
ansiedades más mostradas por los niños es saber con quién les van a poner el
siguiente año y si van a coincidir con sus amigos.
¿Cómo
se manifiesta la ansiedad?
En
los niños la ansiedad y las tendencias depresivas siempre se manifiestan con
irritabilidad y problemas de comportamiento. En casos intensos, merece la pena
la ayuda profesional para reconducir la situación.
¿Hay
niños con más problemas para incorporarse al colegio?
No
ocurre en todos los niños. En la época de verano los niños están en contacto
con su familia mucho tiempo. Es una época más infantil, más regresiva y de
menos exigencia. Los niños con carácter más infantil, más regresivo y más
dependiente, sí pueden tener problemas a la incorporación escolar por lo que
supone separarse de la familia, de los primos o de los hermanos. Dependiendo
del carácter más o menos dependiente, le puede costar más incorporarse al
colegio.
¿Existen
casos extremos?
Nosotros
hemos visto problemas de lo que llamamos fobia escolar. Los pequeños que la
padecen suelen tener un motivo que la origina. Normalmente problemas con
compañeros o profesores. En estos casos el niño entra en un estado de ansiedad
tan importante que es imposible que vaya a clase. Puede llegar a casos tan
graves en que hay un absentismo escolar de días o meses. En casos extremos
hemos tenido que ingresar a chicos para conducirlos a clase diariamente desde
el hospital a la escuela poco a poco para vencer la ansiedad.
¿Se
puede evitar la ansiedad en los niños?
Creo
que ayudan mucho los rituales iniciáticos. Ir con los niños a comprar los
libros, forrarlos, ponerles etiquetas, comprar la mochila... Ir un día antes al
cole y dar una vuelta por allí, para que progresivamente vayan concienciándose.
El ritual es algo que tranquiliza, el rito va unido al control de la situación.
Introducir esos rituales va haciendo que la ansiedad se vaya controlando con
más facilidad.
¿Existe
algún periodo de la formación infantil al que haya que prestar especial
atención?
El
cambio de primaria a secundaria es muy importante. El sistema del profesorado
cambia y en ocasiones aparecen dificultades en la escolarización en ese
momento. Los chicos sin apoyo se sienten perdidos en un sistema totalmente
diferente. Puede producirse en este momento un primer fracaso escolar que es
muy difícil de remontar. Muchos fracasos escolares comienzan en Primero de la
ESO.
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