miércoles, 7 de mayo de 2014

Un comedor para reconciliarse con la comida



Su cuerpo es su enemigo y lo castigan porque no les gusta. Su mente ha dibujado una imagen de ellas distorsionada y utilizan la comida como refugio de la angustia y el desasosiego que las acompaña cada día e, incluso, desde hace muchos años. Son mujeres que padecen anorexia y bulimia, también conocidos como trastornos de la conducta alimentaria (TCA). Una de las piezas que componen el proceso de recuperación es reconciliarse con la comida. Y, como prueba de ello, el Hospital Clínico San Carlos de Madrid es el único centro sanitario de la Comunidad de Madrid que dispone de un comedor terapéutico para enseñar a comer a este tipo de pacientes.

Mujeres en un 98 por ciento de los casos, la doctora Marina Díaz Marsá, directora de la Unidad de Trastornos de la Conducta Alimentaria del Servicio de Psiquiatría del citado hospital explica que «tienen que aprender a comer en la forma, en la cantidad y en la selección de alimentos, pero deben estar acompañadas. Comer no es sólo ingerir, sino que también supone un acto social y hoy en día todos se realizan en torno a la mesa, y si hay un problema con la comida, en definitiva hay un problema con la sociedad y la persona se aísla».

Con este comedor los especialistas pretenden rehabilitar los hábitos nutricionales de estos pacientes y evitar ingresos hospitalarios. Para ello, los enfermos acuden hasta cuatro días a la semana al hospital a comer al tiempo que los especialistas específicamente preparados para ellas les dan el apoyo y las orientaciones adecuadas. «Se trata de pacientes especialmente graves porque llevan mucho tiempo de evolución de la enfermedad, entre 15-20 años. En concreto, hay dos perfiles de pacientes. Por un lado están las anoréxicas restrictivas que lo que hacen es disminuir la ingesta al máximo y tienen un Índice de Masa Corporal (IMC) muy bajo. En el otro grupo están las pacientes con un perfil bulímico que tiene atracones y conductas purgativas. Éstas entran en el círculo vicioso entre la impulsividad y la restricción», matiza Díaz. El hecho de acudir al comedor hace, continúa la experta, «que hablen, se distraigan y no estén pendientes de lo que comen. Además, dos días hacen terapia previamente».

Trato personal

María convive con la anorexia desde hace muchos años. Ha pasado por multitud de unidades para tratar su enfermedad, pero reconoce que desde que acude a este comedor «estoy muy contenta porque tanto la doctora como el resto del equipo se preocupan en conocerte a ti personalmente y saber cómo tratarte y no se quedan sólo con el diagnóstico. Cada día es una lucha contra algo que no quieres hacer, pero es algo muy diferente a lo que antes me habían propuesto, sobre todo porque soy muy reacia a los ingresos», reconoce.

A la hora del menú, todas las pacientes pueden elegir entre tres opciones de primero, segundo y postre. Eso sí, «debe estar compensado, pero para ello ya cuentan con el asoramiento del departamento de Nutrición donde, tanto una endocrino como una educadora nutricional les orientan también sobre el resto de las comidas del día, especialmente las que hacen fuera del hospital».

A este respecto, María explica que «con la nutricionista llevamos un registro de las comidas que hacemos y a veces discutimos mucho. Me ayuda a ser más consciente, sobre todo porque yo puedo estar contenta por haber comido un cuenco de ensalada, pero ella me dice que a lo mejor, en ese momento, me hubiera venido mejor una pechuga de pollo». Aunque pueda generar cierto rechazo la comida de hospital, el Clínico cuenta con cocina propia y, como dice María, «de todos los centros en los que he estado la de aquí es la más buena y no sabe a comida de catering».

Equilibrio

Otra de las chicas que acude allí un día a la semana explica que «por suerte tengo trabajo, pero los martes vengo al grupo, primero a la terapia y luego a comer y me ha aportado mucho. Me siento más identificada. Cuando escojo lo que voy a comer debo compensar porque no vale que de primero tome, por ejemplo, espárragos y de segundo merluza hervida. Es más, si ven que siempre comes lo mismo y yo tengo pocas opciones porque vengo sólo un día, me recomiendan que cambie». Durante el tiempo de la comida, estas pacientes están acompañadas por una enfermera y cuyo papel es «no sólo normalizar el hecho de comer, sino vincularlas a que vayan aprendiendo la forma de relacionarse con los alimentos. Aunque controlamos lo que toman, se establece un vínculo y una relación de confianza», afirma Lourdes González, enfermera de la Unidad de Trastornos de la Conducta Alimentaria del Hospital Clínico San Carlos de Madrid.

Aunque su papel pueda simular al del «poli malo», González reconoce que «ellas saben que el engaño no les sirve de nada. Por lo general son cumplidoras aunque a veces tengo que negociar las opciones de comida. Saben que hay ciertas exigencias y cumplen». Dentro de las «normas» que se establecen en el comedor es que «el tiempo de la comida no supere la hora y no hablamos de comida y mantenemos conversaciones de cualquier otro tema. Queremos que la comida se convierta en un acto social que conlleva el disfrute», matiza la enfermera.

Evolución

El comedor tiene una capacidad para quince pacientes y «la estancia mínima es de un año. Pueden faltar, hasta tres veces, pero de forma justificada», explica Díaz. Como esta Unidad está integrada por un equipo multidisciplinar de especialistas, para conocer la evolución de las pacientes «todos los martes nos reunimos y compartimos cómo vemos a las enfermas y tomamos decisiones», añade la doctora. Pese a la crudeza de la enfermedad, hay una ventana a la esperanza. Según Díaz, «hay personas que se llegan a recuperar. Las dividiría en tres tercios. Uno se cura, otro se queda con alguna secuela, pero puede hacer una vida normal y el resto se cronifica. Aquí trabajamos con las más difíciles y es una ardua tarea porque tenemos que reconstruir no sólo su conducta alimentaria, sino también su vida».

No hay comentarios:

Publicar un comentario