El
80 por ciento de las sorderas infantiles están presentes en el momento del
nacimiento, según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE). De ahí la
importancia de realizar un screening auditivo que permita a médicos y
familiares dar el mejor de los tratamientos a los pequeños, y cuanto antes,
para que su desarrollo no se vea afectado.
Entre
las herramientas que hoy día existen, los implantes cocleares son la opción
para el 40 por ciento de la población infantil con sordera profunda y severa
bilateral (según el INE). Sin embargo, hay un límite de tiempo para que los
resultados sean los óptimos. Y siempre debe ir acompañado de un periodo de
rehabilitación y de logopedia.
La
clave del tiempo
Mientras
que algunos expertos sostienen que a partir de los seis años ya es demasiado
tarde, otros consideran que, más que de la edad, «depende de la etiología de la
sordera y del tiempo de privación auditiva, por eso en los adultos es necesario
seleccionar muy bien a los candidatos», especifica Gracia Aranguez,
coordinadora del Programa de Diagnóstico Precoz de Hipoacusia Infantil y de
Implantes Cocleares del Hospital Universitario Gregorio Marañón de Madrid, y
miembro del Servicio de Otorrinolaringología del mismo centro.
En
lo que todos coinciden es en que el primer año es crucial. «En las hipoacusias
congénitas, genéticas o no genéticas, es mejor realizar el implante al año de
vida, pues la plasticidad neuronal es óptima», añade Aranguez. El cerebro es
más sensible a la estimulación auditiva y al aprendizaje del lenguaje. «Eso sí,
siempre que haya nervio auditivo».
Por
su parte, Christopher Halpin, profesor de Otorrinolaringología de la Facultad
de Medicina de la Universidad de Harvard, añade que «los niños emplean todos
los sentidos que tienen para aprender, particularmente el lenguaje. Y se ha
demostrado que los pequeños que nacen sordos pueden obtener un beneficio muy
positivo de los implantes y con frecuencia terminan integrados en colegios
ordinarios».
Aprovechar
capacidades
Lo
mejor para conseguir un resultado óptimo es implantar de forma temprana «para
aprovechar las capacidades que tienen para el aprendizaje. Después de los tres
años, se hacen más bien adultos y aprenden peor, por lo que la opción de
implantar debe tomarse con más cuidado. Los padres tampoco toman una mala
decisión si deciden operarle más tarde, pero deben saber que es más difícil y
que no pueden esperar que se cumplan las mismas expectativas que con los niños
implantados con un año de edad», continúa Halpin.
De
hecho, un estudio publicado en el «Journal of the American Medical Association»
(JAMA), realizado por la Universidad John Hopkins, se convirtió en el primer
ensayo en valorar el éxito de estos dispositivos. El trabajo duró tres años y
en él participaron cerca de 200 niños implantados antes de cumplir cinco años,
que fueron comparados con un grupo de oyentes. Los menores sordos fueron
divididos según la edad de la intervención quirúrgica: con menos de 18 meses,
entre los 18 meses y tres años, y niños mayores de tres años.
Tras
analizar la comprensión que tenían del lenguaje, llegaron a la conclusión de
que «aunque los conocimientos lingüísticos de todos los menores estudiados
mejoraron, lo cierto es que el desarrollo del habla fue más positivo a edades
más tempranas», comentaron los autores del trabajo. Asimismo, aquellos que
recibieron el implante con más de tres años mostraron lagunas en el lenguaje
que correspondían a la duración del retraso a la hora de ser operados.
Halpin
opina que, «a medida que la persona sorda crece, el beneficio disminuye, ya que
aprende otras formas de comunicación y otro idioma, como la lengua de signos
(cuya estructura gramatical es diferente), y es más complejo que aprenda luego
la estructura y la gramática del lenguaje oral».
Gracia
Aranguez especifica que en adultos «o incluso en los adolescentes, por ejemplo,
ya han pasado la etapa de plasticidad neuronal. Hay que tener en cuenta
criterios, tanto audiológicos como quirúrgicos, psicológicos y lingüísticos. Si
con 16 años no tiene un lenguaje verbal, es difícil que lo adquiera. Las
expectativas del paciente hay que adecuarlas a la realidad, según la etiología
y el tiempo que lleva sin oír».
Lo
que hacen estos implantes es conducir la estimulación eléctrica al cerebro,
pues «es ahí donde se produce la audición, no en el oído». Pero esta
intervención es irreversible, esto es, «el oído es destruido cuando se coloca
el implante, por lo que el resultado esperado debe ser claramente mejor de lo
que sería con el oído natural. En estos momentos, el test de medición es que,
si puede entender el 60 por ciento de las palabras con su oído natural,
entonces el implante no es la mejor opción. Sin embargo, si la mejor audición
natural es del 20 por ciento, las probabilidades de éxito del implante son
mucho mayores», dice Halpin.
Por
su parte, la experta del hospital madrileño matiza que «los nuevos implantes
siguen la línea de preservar los restos auditivos del paciente, no son lesivos
con la cóclea. Así, por ejemplo, en un supuesto de una persona implantada a la
que no le funciona bien el aparato por un fallo del sistema, se le podría
quitar y volver a poner otro».
Por
otro lado, la experta aclara que «si la patología va más allá porque no existe
nervio auditivo, no se coloca un implante coclear, sino de tronco cerebral, una
intervención en la que se está trabajando, pero que aún no está protocolizada y
cuyos resultados han sido menores».
Para
los padres, la mayor preocupación es que a su hijo le hagan las pruebas
pertinentes para saber si padece o no sordera y de qué tipo es. Hoy, «todas las
comunidades autónomas tienen un programa de screening auditivo. A los seis
meses de vida, si el bebé nació sordo, ya debe tener un diagnóstico claro y
haber iniciado el tratamiento correspondiente, ya sea mediante implante,
audífono (ambos con su respectiva rehabilitación y logopedia) o bien la
combinación de ambos», dice Aranguez. Entre las pruebas que se realizan a los
pequeños se encuentran las emisiones otoacústicas y los potenciales auditivos
evocados del tronco cerebral. Ambas suelen llevarse a cabo entre las 12 y las
48 horas desde el nacimiento del bebé. La primera prueba consiste en colocar un
adaptador en el conducto auditivo que emite sonidos y recoge las respuestas que
se generan en la cóclea. Para la segunda prueba de los potenciales evocados, se
colocan sensores en el cuero cabelludo del bebé, y se recoge la actividad
eléctrica que hay en el oído y en el cerebro en respuesta a estímulos sonoros
que se emiten desde unos auriculares.
Indicaciones
emergentes
Tal
y como han señalado los expertos, el implante es la opción cuando se trata de
sordera severa o profunda bilateral y hay nervio auditivo. No obstante, «hay
indicaciones emergentes, como que por un oído la sordera sea profunda, y por el
otro, sea sordera moderada», añade Aranguez.
Pese
a que la Sanidad Pública cubre los implantes «lo que cuesta es su
mantenimiento, y cada comunidad autónoma tiene diferentes condiciones de
renovación, por eso luchamos para que tengan implantes bilaterales si lo
necesitan, ya que es lo más natural», continúa Aranzguez.
Muchos
se preguntan cómo se sabe que el niño oye bien con el implante si hasta ahora
nunca había oído. «Los adultos dicen que oyen un sonido metálico. Los niños tal
vez no saben explicar cómo oyen, pero lo cierto es que hablan como los niños
oyentes (tienen una buena prosodia del lenguaje), a diferencia de otras
personas sordas no implantadas, cuya voz es bastante más gutural», concluye
Aranguez.
Tronco
cerebral
Pese
a que hoy en día no está protocolizado y aún se muestran cautos con los
resultados que ofrece, hay situaciones en las que el implante de tronco
cerebral es la única opción. Así, en el Hospital Gregorio Marañón practicaron
esta intervención en una niña de dos años que nació sorda por ausencia de nervios
auditivos, y seis meses después ya era capaz de percibir sonidos. Era la única
opción para que pudiera oír, ya que ni audífonos ni un implante coclear
hubieran resuelto su problema debido a la interrupción de la vía auditiva a
través del nervio.
La
cirugía consiste en la implantación de una placa de electrodos en el tronco
cerebral para dar continuidad a la vía auditiva. Con la implantación de los
electrodos se logra que el impulso eléctrico llegue al córtex. Al mismo tiempo
se coloca un aparato receptor-transmisor en la cabeza del paciente, de forma
subcutánea. El receptor capta el sonido de otro dispositivo colocado en el
exterior de la cabeza de la paciente. Esta operación ya se había aplicado a
adultos con sordera secundaria a la extracción de tumores del nervio auditivo.
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