¿Cuándo
fue la última vez que paseó por un parque? ¿A qué distancia de su casa está?
¿Cuánto tiempo tarda en desplazarse al trabajo? ¿Lo hace en bicicleta, andando,
en coche...? Todos estos pequeños gestos cotidianos influyen en nuestra salud
de manera más palpable de lo que podamos imaginar y a la ciencia le preocupan
de manera creciente.
"Cada
vez está más claro que el campo de acción de la Medicina ha desbordado los
límites del hospital y del centro de salud", explica a EL MUNDO Manuel
Franco, investigador de la Universidad de Alcalá de Henares (Madrid) y del
Centro Nacional de Investigaciones Cardiovasculares (CNIC). Como él, son muchos
los investigadores que han puesto su foco de estudio en nuestros barrios,
ciudades, en cómo el entorno físico en el que vivimos moldea indicadores como
la tensión arterial, la función pulmonar o el riesgo de enfermedades como el
cáncer o la diabetes.
"La
salud debe ser parte de las consideraciones cuando se planifica
urbanísticamente una ciudad", coincide desde Ginebra María Neira,
responsable del departamento de Salud Ambiental de la Organización Mundial de
la Salud. "Y es necesario implicar a arquitectos, alcaldes, urbanistas...
para definir lo que se puede ganar o perder en términos de salud".
Este
desbordamiento de fronteras se nota también en la incorporación a estos
estudios de salud de expertos de disciplinas hasta ahora muy alejadas, como el urbanismo,
la sociología, la economía... "Es verdad que cuando vas a pedir
financiación para un tema de estos chirría un poco", admite Franco, que ha
recibido un millón y medio de euros del European Research Council para estudiar
cómo influye la geografía de 90 barrios de Madrid en la salud de sus
habitantes. Y entendiendo por geografía desde la disponibilidad de espacios
verdes al número de puntos de venta de tabaco, restaurantes de comida rápida o
carriles bici.
Precisamente,
en febrero la revista Health and Place publicaba un trabajo estadounidense en
el que se mostraba que los niños que viven cerca de establecimientos de comida
rápida tienen mayor riesgo de obesidad.
Como
explica Mark Nieuwenhuijsen, del Centro de Salud Ambiental de Barcelona
(CREAL), hay numerosos estudios ya publicados en los que se demuestran los
beneficios de la cercanía de espacios verdes en parámetros tan dispares como la
ansiedad, la calidad de sueño, la salud cardiovascular, la longevidad,
mortalidad o tasa de partos prematuros. "Pero no sabemos exactamente los
mecanismos por los que esto se produce, no sabemos si es porque estas personas
tienen menos estrés, realizan más actividad física, tienen una mayor red de
contactos sociales o respiran menos contaminantes", admite.
Para
tratar de dar una respuesta a esta cuestión Nieuwenhuijsen y su equipo están
llevando a cabo el estudio Phenotype con 5.000 personas residentes en cinco
ciudades europeas diferentes (entre ellas, Barcelona). "Hemos visto ya que
la cercanía a espacios verdes reduce el riesgo de bajo peso al nacer y mejoras
en el estado cognitivo o las tasas de obesidad de los niños", explica este
investigador.
Ambos
coinciden en que estos trabajos de ecología urbana tienen un protagonismo
creciente en la comunidad científica, donde cada vez más equipos tratan de
indagar en la cuestión. "No obstante, el 75% de la población mundial vive
ya en áreas urbanas", subraya Nieuwenhuijsen. Y aunque podría
simplificarse pensando que la población de áreas rurales tiene mejor estado de
salud, el investigador holandés afincado en Barcelona reconoce que no se puede
comparar, porque existen muchos otros indicadores, "como una mayor lejanía
a los servicios de salud. Además, la población rural no está expuesta a los
espacios verdes durante todo el tiempo". Según datos de la OMS, en los
últimos 20 años la extensión de áreas urbanas ha crecido hasta un 20% en los
países europeos, mientras que la población lo ha hecho sólo un 6%.
"En
el centro de Madrid, la Plaza de Olavide está siempre llena de gente; en
cambio, si colocas esa misma plaza en un barrio nuevo, de las afueras,
probablemente esté vacía la mayor parte del tiempo", explica Franco.
"No sabemos si es porque la gente en ese barrio no se conoce, o porque no
hay tradición... Urbanísticamente es la misma plaza, con los mismos columpios
para los niños, los bancos para sentarse, pero allí no funciona", explica
este especialista. "Sabemos que si estás en la calle, la gente no está en
el sofá, así que eso tiene beneficios por sí solo, aunque no esté haciendo
ejercicio".
De
hecho, sus primeras entrevistas cualitativas demuestran que no sólo son
importantes los espacios verdes, sino también las zonas urbanas para pasear.
"Lo que hemos visto en las entrevistas es que para las personas mayores es
importante también poder ver tiendas, jaleo social. Es lo que llamamos el land
mix use, que la ciudad sea el espacio en el que vivimos, paseamos, compramos...
Eso es lo que diferencia Chamberí [un barrio céntrico de Madrid] del Ensanche
de Vallecas [un PAU a las afueras], que allí la gente coge el coche para ir a
un bar a tomar una cerveza. Tenemos que convertir las ciudades en lugares donde
la gente pueda pasear despacio, cuando más despacio van las ciudades, más
agradables son para las personas".
Como
añade Neira por su parte, las enfermedades crónicas son una pata importante del
binomio urbanismo-salud ("no podemos decirle a la gente que haga actividad
física si la ciudad se mueve en el límite de lo peligroso"); el otro es la
contaminación. "La contaminación es ya responsable de siete millones de
muertes al año en el mundo, y si no planificamos las ciudades para reducir el
uso del coche evidentemente estamos perdiendo oportunidades".
Tanto
Franco como Nieuwenhuijsen coinciden en que convertir las ciudades en espacios
saludables, pensados para las personas y no para los coches, es un reto desde
el punto de vista político y urbanístico. Copenhague es un buen ejemplo de
ello. "No pensemos que en Dinamarca la gente ha ido siempre en bicicleta,
el urbanista Jan Gehl tiene buena culpa de ello", recuerda Franco,
aludiendo a la reorganización del tráfico promovida por este urbanista que
logró convertir la capital danesa en una de las ciudades con mayor número de
bicicletas del mundo, donde el 30-40% de los desplazamientos se producen sobre
dos ruedas (frente al porcentaje de ciudades españolas como Madrid o Barcelona,
con apenas el 2%).
"No
se puede comparar directamente la salud entre Copenhague y Barcelona sólo por
la diferencia en el número de bicicletas, porque existen otros parámetros que
influyen. Pero sí se han comparado diferentes cohortes danesas en las que se
demuestra que el uso de la bicicleta mejora la salud cardiovascular",
afirma el especialistal del CREAL. Incluso teniendo en cuenta el posible riesgo
de accidentes derivado de las bicicletas, la actividad física de quienes van a
trabajar en este medio de transporte repercute positivamente en parámetros como
las tasas de cáncer, diabetes o presión arterial.
Así
se ha demostrado también recientemente en Londres, donde un trabajo de la
Escuela de Higiene y Medicina Tropical demostró en la revista British Medical
Journal que el sistema público de préstamo de bicicletas tiene un efecto
general positivo en la salud (incluso descontando el riesgo de accidentes),
"probablemente por la reducción de ciertas patologías que se benefician de
la actividad física", concluía el análisis de James Woodcock.
"Desafortunadamente,
las ciudades se diseñan pensando en cómo evitar atascos, y cómo llegar rápido
de casa al trabajo en coche", lamenta el investigador, "no se piensa
en los ciclistas ni peatones, y eso que tendría beneficios directos para las ciudades,
como menores tasas de contaminación o de ruido".
"Las
ciudades no están diseñadas para hacer ejercicio en el día a día, y los lugares
de trabajo cada vez están más alejados", explica Nieuwenhuijsen, todo lo
cual contribuye a las tasas de sedentarismo que tanto preocupan a la OMS (con
tasas en torno al 60% en los países desarrollados) responsables de 3,2 millones
de muertes anuales en el mundo.
A
los beneficios físicos habría que sumar también los efectos psicológicos. De
nuevo en Reino Unido, un estudio de la Oficina Nacional de Estadísticas observó
que los ciudadanos que usan el transporte público a diario para ir a trabajar
tienen más riesgo de ansiedad. Por cada minuto adicional de desplazamiento
empeoraban las sensaciones en una escala que valora la calidad de vida;
mientras que en EEUU se ha asociado cada hora en el coche a un aumento del 6%
del riesgo de obesidad.
"Si
comparamos Europa con el resto del mundo, salimos bien en la foto, porque las
ciudades europeas han experimentado un cambio radical en las últimas
décadas", señala Neira; "pero si nos comparamos con nosotros mismos y
con dónde podíamos estar, aún necesitamos mejorar", concluye la
responsable de la OMS.
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