Aunque
el organismo tiene la capacidad de reparar pequeños defectos musculares, cuando
se trata de lesiones más grandes la única alternativa disponible es trasplantar
músculo sano de otra parte del cuerpo. Con los avances en medicina
regenerativa, laboratorios de todo el mundo buscan la receta para fabricar
músculo en el laboratorio capaz de reparar estas lesiones.
Uno
de esos laboratorios está en la Universidad de Duke (EEUU) donde han conseguido
implantar con éxito biomúsculo en un ratón de laboratorio; un músculo que se
contrae y vasculariza como si fuese tejido orgánico.
Como
ellos mismos explican en su artículo, publicado en la revista Proceedings of
the National Academy of Sciences (PNAS), los intentos llevados a cabo hasta
ahora habían fracasado porque no habían logrado reproducir exactamente la
estructura de las células y fibras musculares y su capacidad para contraerse.
En
su caso, explican, desarrollaron una estructura a base de fibras musculares de
una rata recién nacida previamente cultivadas en el laboratorio. En ese cóctel,
no sólo emplearon células participantes en la contracción del músculo, sino
también las llamadas células satélites, nichos de células madre que permanecen
senescentes hasta que tienen que acudir a reparar alguna lesión.
Mediante
la creación de ese microambiente en el que las células madre aguardan el
momento en que se produce una lesión y deben acudir a reparar el músculo, los
investigadores de Duke aseguran haber conseguido un tejido artificial que ha
demostrado su funcionalidad en los ratones.
"No
es el primer intento por lograr músculo artificial", señala Ángel Raya,
director del Centro de Medicina Regenerativa de Barcelona (CMRB), "en ese
sentido no es un trabajo revolucionario, pero sí presenta un par de avances
técnicos interesantes", explica.
Uno
de ellos es el uso de células musculares de una rata recién nacida previamente
prediferenciadas en el laboratorio. "Los autores han demostrado que con
ese tratamiento previo cuando las injertan en el ratón maduran mejor",
explica.
En
segundo lugar, para comprobar la evolución de su implante Nenad Bursac y su
equipo hicieron un pequeño orificio cubierto por un cristal en el lomo de los
animales para poder ir viendo mediante fluorescencias cómo se comportaba el
músculo artificial implantado en su espalda. Las fibras musculares habían sido
modificadas genéticamente para expresar una proteína fluorescente cada vez que
el músculo se contrae, lo que "nos permitió medir en tiempo real el grado
de contracción y de vascularización del músculo artificial en comparación con
los músculos naturales".
A
lo largo de dos semanas, el músculo a base de células de rata implantado en los
ratones demostró una buena vascularización y un adecuado nivel de contracción.
La clave del éxito, sostienen, fue la prediferenciación previa en el
laboratorio de las células musculares que posteriormente se implantaron en el
lomo de los ratones.
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