Tiendas
abiertas 24 horas, fábricas que no dejan de producir, horarios que se prolongan
hasta la madrugada, el ocio de la noche que siempre es joven... Para las
sociedades modernas, el sueño es un hábito accesorio, superfluo, que se puede
alterar al antojo y la conveniencia de las circunstancias.
"Ya
dormiré cuando esté muerto", dijo en una ocasión el cineasta Fassbinder en
una frase que muchos otros han hecho suya y que tiene algo de premonitorio, tal
y como están demostrando varias investigaciones.
Dormir
poco y mal no sólo se traduce en ojeras y mal cuerpo a la mañana siguiente.
Tiene consecuencias para la salud que van más allá y que, al menos en parte,
ayudan a explicar por qué el mundo de hoy es como es.
Varios
trabajos han demostrado que existe una asociación entre los tiempos, la
duración y la calidad del sueño y la aparición de trastornos de tipo
metabólico. "Hay una relación muy directa, sobre todo con la
obesidad", apunta Francisco Tinahones, jefe del servicio de Endocrinología
y Nutrición del Hospital Virgen de la Victoria de Málaga y líder de un grupo de
investigación en el CIBERobn sobre la patología metabólica asociada a la
obesidad.
Cuanto
menos horas se duermen, mayor es el riesgo de aumento de peso, señala el
especialista, quien subraya que está demostrado que "los sujetos que
duermen menos hacen también menos actividad física" y, además, presentan
una mayor ingesta de alimentos. "Por ejemplo, son más habituales los
picoteos entre comidas", indica.
Los
mecanismos que están detrás de esta relación siguen estudiándose, aunque hay
varias hipótesis que cuentan con muchos apoyos. Una revisión publicada en la
revista The Lancet recoge las teorías más en boga.
Una
de ellas tiene que ver con cómo nuestro organismo maneja el azúcar. Según esta
hipótesis, la falta o los desarreglos en el sueño tendrían un impacto directo
sobre el metabolismo de la glucosa, provocando una progresiva falta de
sensibilidad a la insulina y, en consecuencia, abriendo la puerta a la
diabetes.
Otra
de estas líneas de investigación apunta que los lazos que unen al sueño y a
enfermedades como la obesidad tiene más que ver con el control de la ingesta de
alimentos. Esta teoría sugiere que la falta de sueño incrementa la producción
de grelina, una hormona que aumenta las ganas de comer y, además, disminuye la
labor de la leptina, que trabaja suprimiendo el apetito. Este doble efecto,
señalan los investigadores, favorece sin duda la aparición del sobrepeso.
"Se
ha descrito que las personas que duermen poco tienen un perfil de adipoquinas
diferente, lo que sugiere que, en su caso, el organismo activa señales que
incrementan el apetito", señala Tinahones.
La
investigación tiene que continuar, pero está claro que el sueño es un factor de
riesgo para padecer obesidad y otros problemas metabólicos que ha de tenerse en
cuenta en las consultas, señala Tinahones, coincidiendo con el punto de vista
del artículo de The Lancet.
"Los
profesionales sanitarios pueden recomendar con total seguridad a sus pacientes
que disfruten de un tiempo suficiente de sueño en el momento adecuado del
día", subrayan los autores del trabajo.
"Sabemos
que dormimos menos que hace 50 años y eso tiene consecuencias", comenta Tinahones,
quien hace hincapié en que la relación entre sueño y obesidad es especialmente
palpable entre los menores de 40 años.
"Los
estilos de vida son diferentes. Tenemos que saber que cualquier factor que
genere estrés o determinados estímulos visuales tienen un impacto sobre el
descanso nocturno", concluye.
Ref:
Haz click aquí
No hay comentarios:
Publicar un comentario