El
primer congreso sobre esclerosis múltiple al que asistió el neurólogo Rafael
Arroyo apenas había podido reunir a 80 especialistas. Arrancaban los años 90 y
poco era lo que se sabía sobre una enfermedad para la que no había tratamientos
disponibles ni esperanzas de remisión. "El último que se ha celebrado, en
cambio, reunió a casi 7.400 personas" y abordó un gran abanico de
novedades terapéuticas, diagnósticas y de nuevas vías de investigación.
Es
sólo un dato, pero "refleja la tremenda evolución que ha experimentado la
enfermedad en aproximadamente dos décadas", resume Arroyo, coordinador de
la Unidad de Esclerosis Múltiple del Hospital Universitario Clínico San Carlos
de Madrid.
Coincide
con su punto de vista Xavier Montalbán, que dirige el Centro de Esclerosis
Múltiple de Cataluña (Cemcat) y también ha vivido en carne propia una expansión
tanto en conocimiento de la enfermedad, como en criterios de diagnóstico o
alternativas terapéuticas que "no se ha dado en ninguna otra área de la
neurología".
Ambos
especialistas usan los mismos términos para definir el cambio. Gracias a la
investigación, subrayan, "se ha conseguido modificar la historia natural
de la enfermedad".
La
esclerosis múltiple sigue siendo un trastorno grave, una importante causa de
discapacidad entre la población -fundamentalmente joven-, reconocen, pero los
avances logrados han permitido cambiar radicalmente la vida de los pacientes y
que "la silla de ruedas no sea el camino al que llegue una mayoría de los
enfermos", apunta Ester Moral, coordinadora del Grupo de Estudio de
Enfermedades Desmielinizantes de la Sociedad Española de Neurología (SEN) y
jefa del servicio de Neurología del Hospital de Sant Joan Despí Moisès Broggi
(Barcelona).
La
clave del cambio, coinciden los tres especialistas, fue el descubrimiento, casi
por casualidad, de la utilidad que tenía el interferón beta para el control de
esta enfermedad que afecta a unas 50.000 personas en España. Su aprobación en
1993 fue un pistoletazo que no sólo impulsó el tratamiento del trastorno, sino
que también aupó el conocimiento de los distintos aspectos de la enfermedad
-genética, inmunología, anatomía patológica- y el diagnóstico precoz.
"Al
principio se tardaba años en diagnosticar la enfermedad. Ahora se puede hacer
en horas", ejemplifica Montalbán, que recientemente participó en el III
Encuentro sobre Esclerosis Múltiple celebrado en la sede de Unidad Editorial en
Madrid con el patrocinio de Biogen Idec y la participación de EL MUNDO, Diario
Médico y Yo Dona. Según se puso de manifiesto en el encuentro, hay numerosas
evidencias que demuestran que el diagnóstico precoz unido a una terapia
utilizada en fases tempranas se asocia con una mejor evolución del trastorno.
Sin
embargo, pese a los avances, todos los especialistas consultados coinciden en
señalar que existen importantes retos para el futuro.
El
primero de ellos pasa por conseguir una terapia personalizada para cada
paciente. El desafío es muy complicado ya que la esclerosis múltiple, conocida
como la enfermedad de las mil caras, presenta una gran heterogeneidad de signos
y evolución. El trastorno destruye poco a poco la mielina, la sustancia que
recubre los nervios y puede afectar a cualquier parte del sistema nervioso. Por
eso, nunca da la cara de la misma forma. En algunos pacientes se presenta con
una pérdida de fuerza en las extremidades, pero otros sufren trastornos
visuales, alteraciones sensitivas, problemas en el equilibrio, y un largo
etcétera de complicaciones.
"En
este sentido, uno de los principales retos es encontrar biomarcadores
específicos para poder emplear las terapias que mejor se ajustan a cada
paciente", señala Arroyo.
Además,
también es fundamental conocer y controlar mejor las formas progresivas de la
enfermedad. "La esclerosis múltiple lleva aparejados dos fenómenos, uno
inflamatorio y otro degenerativo. La mayoría de los avances se han centrado en
el control del primero, y ahora debemos focalizar los esfuerzos en conocer
mejor los mecanismos específicos de la degeneración y diseñar terapias para
bloquearla", señala Montalbán, que también es jefe del servicio de
Neurología-Neuroinmunología en el Hospital Universitario Vall d'Hebron
(Barcelona).
Ester
Moral hace especial hincapié en que, para afrontar adecuadamente un futuro muy
esperanzador para la enfermedad, es necesario emplear unos recursos que cada
vez son más escasos. "Los recortes repercuten de forma negativa en la
investigación", señala la neuróloga, que también denuncia "las trabas
administrativas con las que nos encontramos a la hora de recetar determinados
medicamentos que son caros [neuroprotectores, inmunomoduladores, anticuerpos
monoclonales] pero muy útiles".
Por
su parte, Arroyo recuerda que emplear dinero en la esclerosis múltiple no es un
gasto, sino "una inversión", ya que esos recursos se traducirán en
una mayor autonomía del paciente, una mejor calidad de vida y una mayor
integración en la vida diaria.
Según
explica, próximamente se incorporarán al mercado dos nuevos fármacos orales y
un anticuerpo monoclonal que aportan "muy buenas perspectivas" para
el abordaje de la enfermedad. "El futuro de la esclerosis múltiple es
tremendamente interesante", señala Arroyo, que aboga por "invertir
cada vez mejor los recursos disponibles" y que ninguna de las alternativas
terapéuticas disponibles quede fuera del alcance de los pacientes.
En
ese sentido, y con el objetivo de promover un uso lo más racional posible del
arsenal terapéutico existente, el Grupo de consenso de la Sociedad Española de
Neurología ha elaborado recientemente un documento sobre las indicaciones de
tratamiento que cuentan con mayor respaldo científicos en las diferentes formas
de esclerosis múltiple (recidivante remitente, secundariamente progresiva,
primariamente progresiva, etc).
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