A
finales de los 80, los botiquines de primeros auxilios caseros no se parecían
mucho a los actuales. La estrella era, sin duda, el termómetro de mercurio,
ahora prohibido por la Unión Europea. Y junto a él reinaba la casi olvidada
mercromina, acompañada de un séquito de aspirinas infantiles y temidos
supositorios para la fiebre.
Al
igual que en los hogares, el arsenal terapéutico disponible en farmacias y
hospitales también ha cambiado muchísimo en el último cuarto de siglo. Se han
incorporado nuevas moléculas, tratamientos alternativos y principios activos
que, en algunos casos, han logrado modificar el curso de la enfermedad y han
supuesto un antes y un después en la calidad de vida de los pacientes.
Uno
de ellos es el tratamiento para la úlcera. Para Nicanor Floro Andrés, director
de la revista científica de la Sociedad Española de Farmacia Comunitaria, el
descubrimiento del culpable del trastorno, la bacteria Helicobacter pylori, y
el desarrollo de un tratamiento efectivo para solucionar el problema ha
supuesto una auténtica revolución sanitaria.
«Hasta
la llegada de los inhibidores de la bomba de protones, la úlcera de duodeno
había que operarla, con todo lo que eso implica». Ahora, en cambio, con
omeprazol y una combinación de antibióticos, «el problema puede estar resuelto
en días», subraya.
Para
el farmacéutico, otro ejemplo paradigmático de éxito terapéutico han sido las
estatinas, los fármacos que desde el inicio de los años 90 se emplean de forma
masiva para bajar las cifras de colesterol. «Estos medicamentos consiguen
reducciones del 30% o el 40% en los niveles de colesterol, una efectividad que
no tenía ninguna de las terapias que existían previamente», explica. La
popularidad de las diferentes versiones de estos fármacos -lovastatina,
simvastatina, atorvastatina, etc-, ha ido creciendo de forma paralela a la
consideración del exceso de LDL -o colesterol malo- como uno de los principales
enemigos del corazón, continúa Andrés, si bien existe cierta polémica sobre su
excesiva indicación.
En
la prevención de las complicaciones asociadas a la enfermedad cardiovascular,
Andrés también destaca el papel de un fármaco que, aunque no nació a finales
del siglo XX, sí ha dado a conocer algunas de sus caras más beneficiosas en los
últimos años: la aspirina. «Es un fármaco que tiene 150 años y que no ha dejado
de aportar nuevas indicaciones. Una de las más importantes es su utilidad como
antiagregante y eso se descubrió recientemente», señala el especialista, quien
también cita la utilidad de su compañero clopidogrel en la reducción del riesgo
vascular.
Otros
de los medicamentos que más peso han ganado en las farmacias en los últimos
años son los antidepresivos. La fluoxetina -más conocida por su nombre
comercial, Prozac- se popularizó tremendamente durante el apogeo de Wall
Street, hasta el punto de que comenzó a «utilizarse en cosas para las que no
estaba indicada, como la tristeza», subraya Francisca González, miembro del
grupo de utilización de fármacos de Sociedad Española de Medicina de Familia y
Comunitaria (SEMFYC).
En
el hospital
Esta
especialista remarca que no sólo los medicamentos dispensados en las boticas
han experimentado una evolución radical en los últimos 25 años. También en las
farmacias hospitalarias se ha vivido un punto de inflexión. Y «uno de los
principales artífices de este cambio han sido los antirretrovirales que se
emplean frente al VIH».
Coincide
con su opinión Albert Figueras, profesor del Departamento de Farmacología,
Terapéutica y Toxicología de la Universidad Autónoma de Barcelona, quien
recuerda que, a principios de los 80, la detección del virus del sida en un
organismo era casi el equivalente a una sentencia de muerte. Sin embargo, con
el descubrimiento en 1987 del primer fármaco efectivo, conocido como AZT, el
pronóstico de los seropositivos comenzó a cambiar. Hoy, un abanico de
alternativas permiten que, al menos en el primer mundo, la infección «se haya
convertido en una afectación crónica que cada vez tiene mejores perspectivas y,
los afectados, mejor calidad de vida».
En
su repaso a los últimos 25 años de historia farmacológica, Figueras destaca
también el papel de los interferones o los anticuerpos monoclonales, unas
sustancias nuevas, obtenidas de una forma diferente a los fármacos
convencionales y que actúan sobre distintos aspectos relacionados con la
inmunidad de la persona. Según explica, «se han depositado grandes esperanzas»
en estos medicamentos, si bien «habrá que esperar algunos años para valorar de
forma adecuada el papel que ocupan en la terapéutica». La medicina, continúa
Figueras, «avanza lentamente y el verdadero impacto de una novedad sólo se
puede valorar adecuadamente con el paso del tiempo».
Para
todos los especialistas consultados, hay otro fármaco que, por su popularidad,
merece un hueco en la lista de los fármacos más destacados en los últimos años:
el sildenafilo -muchísimo más conocido como Viagra, su nombre comercial-. La
famosa pastilla azul «sacó del secretismo el problema de la disfunción
eréctil», subraya González, pero también fue uno de los primeros medicamentos
lanzados por «una campaña promocional a escala global en la que aparecían
estrellas mediáticas», apunta Figueras. «Si bien hay hombres que se han
beneficiado directamente por el efecto del principio activo, queda por saber
cuántos se han beneficiado por un efecto placebo» y cuántos, por un consumo
recreativo inapropiado, han sufrido efectos indeseables.
En
todos estos años, recuerda Figueras, no sólo ha habido éxitos farmacológicos.
En la historia de la farmacología también se han escrito sonoros fracasos que,
lejos de cumplir con las expectativas, acabaron retirados del mercado por
problemas asociados e incluso graves reacciones adversas. El caso más sonado
quizás sea el de rofecoxib (Vioxx era el nombre con el que se vendía), un
inhibidor selectivo de la COX-2, que prometía ser una buena alternativa al
resto de antiinflamatorios. Logró hacerse un importante hueco en el mercado,
pero acabó fuera de las farmacias por los problemas cardiovasculares que
generaba. En la misma línea, también los antidiabéticos pioglitazona (Actos era
su nombre comercial) y rosiglitazona (más conocido por Avandia) sufrieron una
sonada caída al comprobarse que «sus beneficios no superaban a sus riesgos»,
tal y como señaló la Agencia Europea del Medicamento en 2010, cuando decidió
suspender su uso por sus comprobados riesgos cardiovasculares. El ocaso de la
sibutramina (Reductil) fue más rápido. Aprobada a finales de los noventa por
sus propiedades para promover pérdidas de peso en pacientes obesos, fue
retirado en 2010 por sus riesgos cardiacos.
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