La
maquinaria celular humana está programada para reparar aquellos daños generados
por heridas, enfermedades o patógenos que asaltan nuestro cuerpo. Las células
madre presentes en los tejidos son las encargadas de generar nuevos repuestos
cuando hacen falta. Sin embargo, a medida que envejecemos el organismo va
perdiendo su capacidad regenerativa y con ello se va restando eficacia a la
hora de recuperar funciones dañadas, por ejemplo, tras un accidente.
El
deterioro es evidente en la masa muscular que va, poco a poco, disminuyendo con
el paso de los años y que es más difícil de restaurar a edades ancianas. Ese
daño en la capacidad de renovación de este tejido se había achacado a
alteraciones que se producen en el ambiente que rodea a las células madre del
músculo. Pero, un estudio español viene a cambiar esa concepción y trae una
nueva explicación de lo que está detrás del deterioro muscular.
No
sólo la vejez conlleva una pérdida de masa muscular, hay otras situaciones,
como la caquexia (deterioro que se da en el cáncer) o la inmovilización
generada por una enfermedad que traen como consecuencia una reducción
considerable de músculo. Se estima que un ingreso en la UCI, donde las
posibilidades de movilización son escasas, trae consigo una pérdida de la masa
muscular de al menos un 30%, algo considerable si se tiene en cuenta que el
músculo supone más del 60% del cuerpo humano. Además, los procesos
degenerativos, como la enfermedad de Duchenne, también generan distrofia
muscular muy importante y progresiva.
Contra
todos estos procesos, especialmente los relacionados con la edad y los
ocasionados por enfermedad, no hay ningún tratamiento eficaz que los evite.
Para luchar contra los primeros, la Comisión Europea lanzó, hace unos años, un
proyecto denominado Myoage, financiado con fondos europeos, para combatir la
debilidad muscular relacionada con la edad. En ese contexto, donde participan más
de 16 países, emergió una nueva línea de investigación de un grupo español, que
es el responsable del estudio que publica ahora la revista Nature.
"Estábamos
focalizados a estudiar la fibra muscular, pero con la crisis quisimos
aprovechar la investigación en ratones y empezamos a mirar por qué se pierde
masa muscular, si las células satélite [como se denomina a las células madre
del músculo] estaban bien y ver su actividad reparadora en función del
ambiente", explica una de las responsables de este estudio, Pura
Muñoz-Cánoves, investigadora ICREA , del departamento de Ciencias
Experimentales y de la Salud de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona y del
Ciberned.
Un
cambio de paradigma
En
los últimos años, grupos americanos habían establecido un axioma que afirmaba
que la reducción de la capacidad regenerativa del músculo relacionada con el
envejecimiento se debía no a las células madre del músculo sino al ambiente,
bien por alteraciones en la circulación, en el propio tejido muscular o en otro
aspecto de su entorno. A esta conclusión habían llegado porque si trasplantaban
células madre de ratones viejos en ratones jóvenes, estas células se comportaban
como si fueran jóvenes.
"Nosotros
hemos profundizado en ello y hemos visto que no llevaban razón en todo",
afirma esta investigadora.
El
cambio de paradigma ha venido con una investigación más exhaustiva en el
concepto de envejecimiento en ratones. Porque los grupos anteriores
consideraban que un ratón era viejo cuando era mayor de 18 meses. Pero el
equipo español ha marcado diferencias en la vejez. De esta manera, han
estudiado el comportamiento de las células madre del músculo procedentes de
ratones de 20 meses, que se podrían equiparar con personas de unos 60 años, con
el de células de roedores de 28 meses, que representarían más o menos a
personas de 75 u 80 años. Al trasplantar todas estas células en ratones jóvenes,
se observa que aquellas que proceden de los animales más viejos no se regeneran
en individuos con menos años, pero las que tienen su origen en ratones de 20
meses sí que lo hacen. "Esto demuestra que el ambiente no lo es
todo", señala Muñoz-Cánoves.
Además,
al llevar a cabo un análisis de la expresión genética de estas células (las
viejas y las no tan viejas), se detectó algo distintivo de más ancianas.
"Vimos que se expresaba un conjunto de genes, entre ellos el p16 (un
supresor tumoral), que suponen un patrón de senescencia", explica esta
investigadora.
Dicho
con otras palabras, las células madre musculares (también denominadas células
satélite) se encuentran normalmente en un estado de quiescencia, como si
estuvieran echando una siesta, y sólo se despiertan cuando es necesario, por
ejemplo, en caso de que tengan que reparar los daños de un accidente. Pero
cuando se llega a un estado de vejez avanzada, la expresión del factor p16 y
otros genes hace que las células pasen de una semivigilia a un estado comatoso.
Es como si p16 marcara la frontera entre el declive progresivo y el agudo, o lo
que es lo mismo, el deterioro que se da en los grandes ancianos.
Otro
hecho que ha demostrado el equipo español, formado también por científicos del
Instituto de Investigación Biomédica de Bellvitge (Barcelona) y del Centro
Nacional de Investigaciones Cardiovasculares (Madrid), y con financiación
añadida del Ministerio de Investigación y Competitividad, del Instituto de
Salud Carlos III y de la Marató-TV3, es que al inhibir p16 se desbloquean las
células satélite y empiezan a formar nuevas fibras. Lo que abre la puerta al
intento de buscar una herramienta para investigar el envejecimiento progresivo
y las enfermedades musculares.
"No
es un elixir de juventud, pero cambia el foco de cómo investigar sobre las
células madre en edad avanzada en cuanto a medicina regenerativa. Lo que hemos
visto es que hay que mirar la capacidad intrínseca de estas células no solo del
ambiente", afirma Muñoz-Cánoves.
Para
Juan Carlos Izpisúa, responsable del Laboratorio de Expresión Génica del
Instituto para los Estudios Biológicos Salk (La Jolla, California) y autor de
un artículo que acompaña al estudio, ahora habrá que analizar otras cuestiones
que plantea este descubrimiento: ¿qué activa el factor p16 durante el
envejecimiento?, ¿podría ser que p16 estuviera condicionado por señales del
entorno como la inflamación?, ¿se podría neutralizar esa activación modificando
factores ambientales como el ejercicio?
Son
vías de investigación que se abren con este trabajo y que el mismo grupo quiere
analizar. Aunque también pretende comprobar si la misma activación molecular se
da en la distrofia muscular y validar si p16 puede ser una buena diana para
ralentizar la progresión de dicha enfermedad. Además, "queremos ver cómo
de segura es la inhibición transitoria de p16 en situaciones donde se necesite
crear una masa muscular a partir de células madre envejecidas", explica
Muñóz-Cánoves. Porque la inactivación de este gen puede generar la formación de
tumores, aunque lo que se pretende es inhibirlo al inicio del proceso, justo el
tiempo necesario para que las células madre pasen de su estado comatoso
(senescente) a un estado de vigilia y acción necesario para formar nuevo
músculo.
No
obstante, para encontrar las respuestas a todas estas preguntas, habrá que
esperar nuevos datos de este grupo y de otros equipos de investigación.
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