Hace
poco más de un año que llegó a España un test genético que permite detectar el
síndrome de Down con un simple análisis de sangre. La técnica -disponible
únicamente en hospitales privados- se presentaba como una promesa para mejorar
el diagnóstico y evitar pruebas invasivas, como la amniocentesis o la bipsia de
corión; sin embargo, aún existe un debate entre los especialistas de
Obstetricia sobre cuál es el papel que debe cumplir este procedimiento en el
ámbito del diagnóstico prenatal.
Una
investigación publicada esta semana en la revista New England Journal of
Medicine arroja un poco de luz en este sentido, aunque probablemente tampoco
dará por zanjada la cuestión. Según sus datos, la técnica genética tiene un
mejor valor predictivo y proporciona una tasa menor de falsos positivos que el
cribado estándar que actualmente se realiza en la práctica clínica, por lo que
"debería considerarse seriamente como un método primario de 'screening'".
Sin embargo, los especialistas consultados por EL MUNDO señalan que hay varios
matices a tener en cuenta antes de pensar en la generalización de la técnica
como patrón de diagnóstico. Uno de ellos es su coste, que asciende a 695 euros
y no está cubierto por ninguna aseguradora médica en nuestro país.
"Sin
duda el factor limitante es el precio", reconoce Luis Izquierdo
responsable de Genética en Madrid de LABCO, la red europea de laboratorios que
gestiona el test en España. Según sus datos, unas 20.000 españolas ya se han
sometido al test y "en EEUU está suponiendo una auténtica
revolución".
Para
Elena Carreras, responsable médico de Obstetricia del Hospital Universitario
Vall d'Hebron de Barcelona, el precio no es, en cambio, el único obstáculo.
"En mi opinión, es una técnica muy útil, pero no para sustituir al cribado
actual, sino para añadir una nueva herramienta al diagnóstico", señala la
especialista, quien defiende el valor del procedimiento vigente para la
detección de otras anomalías fetales distintas a las trisomías.
Hoy
en día, para evaluar el riesgo individualizado que tiene un feto de sufrir
síndrome de Down se realiza un cálculo tomando distintos factores. Por un lado,
se mide la translucencia nucal del bebé, que es mayor en caso de que exista la
trisomía cromosómica. Además, se valoran una serie de biomarcadores presentes
en la sangre de la madre, que también resultan alterados si existe la anomalía
genética, así como la edad de la progenitora (los años aumentan también el
riesgo).
Si
el cálculo es superior a uno sobre 250, se sugiere a la madre la posibilidad de
someterse a una biopsia de corión o a una amniocentesis, dos pruebas invasivas
que entrañan un riesgo de aborto (alrededor del 1%), explica Carreras.
Para
esta especialista, es en este punto donde la prueba genética puede ser útil ya
que, aunque el procedimiento actual tiene una alta sensibilidad, también es
cierto que un cribado alterado no siempre se traduce en una patología real. De
hecho, «nueve de cada 10 casos no tienen la trisomía».
Realizar
una prueba genética tras una primera sospecha de enfermedad, evitaría muchas
pruebas invasivas innecesarias, señala Carreras, quien, con todo, subraya la
importancia de mantener los protocolos existentes. En el cribado actual -sobre
todo gracias a la ecografía- se 'destapan' otras patologías distintas a las
trisomías que detecta el test, subraya.
Por
otro lado, tal y como recuerda, el uso de la prueba genética tampoco supone
decir adiós definitivamente a la amniocentesis y la biopsia de corión.
"En
los casos en los que el test genético da positivo, es necesario someterse a una
prueba invasiva para confirmar completamente el diagnóstico", reconoce
Izquierdo.
Esto
se debe a que el test analiza el material genético del bebé que circula en la
sangre de la madre. Como se obtiene poca cantidad, es necesario ampliar la
muestra, replicarla, para poder determinar y cuantificar los cromosomas
presentes, lo que entraña un riesgo de error. En la gran mayoría de las ocasiones,
los resultados se ratifican tras las pruebas invasivas.
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