lunes, 11 de febrero de 2013

El exceso de control sobre el juego aleja a los niños de sus madres



Los investigadores han evaluado durante mucho tiempo el papel que juegan los padres en el desarrollo de sus hijos. Ahora, científicos de la Universidad de Missouri-Columbia (en Estados Unidos) han constatado que la medida en que las madres tratan de controlar el contenido y el ritmo del juego de sus hijos pequeños varía en función de las edades de los niños y del origen étnico de las madres.

Por otra parte, el estudio ha revelado que cuanto mayor sea la tendencia de las madres a controlar el juego de sus hijos, menos interconectados se sienten los niños con ellas y mayor número de emociones negativas muestran los pequeños hacia sus madres. Los resultados de esta investigación han aparecido publicados en la revista Parenting: Science and Practice, informa Tendencias 21.

"Los niños florecen cuando tienen oportunidades de tomar decisiones acerca de lo que hacen, sobre todo en situaciones de juego", explica Jean Ispa, autora principal del estudio y profesora de desarrollo humano y de estudios familiares de la Universidad de Missouri-Columbia, en un comunicado de dicha Universidad. "Las madres que son altamente controladoras no permiten ese tipo de elección. En nuestro estudio, cuando los niños estaban jugando, las madres más controladoras tomaban decisiones sobre cómo jugar, a qué jugar o el ritmo del juego".

Por ejemplo, durante el juego con su hijo, una madre demasiado controladora señala a este que debe meter una vaca de juguete en un establo de plástico a través de la puerta del establo, en lugar de a través de la ventana. O si un niño está jugando con un juego de cocina, la madre no le deja tocar los quemadores de juguete. A menudo, las mujeres piensan que este tipo de correcciones ayudan a sus hijos, pero en realidad estas actitudes limitan la creatividad de los niños y, posiblemente, hacen que a los niños no les guste estar con sus madres, añade Ispa.

En cuanto a las etnias estudiadas, en general se observó "que las madres europeo-americanas eran menos controladoras que las madres afroamericanas y que las mexicanas ", señala Ispa. "Cuando los niños tenían sólo un año de edad, como media fueron las afroamericanas las madres más controladoras, seguidas por las mexicanas y las europeo-americanas. A medida la edad de los niños aumentaba, las madres de todos los grupos étnicos mostraron un menor control sobre el juego de sus hijos".

El cariño amortigua el exceso de control

En las situaciones en que las madres se mostraron muy controladoras durante el juego, los niños expresaron una relación menos positiva con ellas y otros sentimientos negativos hacia sus madres, afirma Ispa. Los investigadores también evaluaron lo cariñosas que eran las madres con sus hijos y se constató que altos niveles de afectividad podían reducir los efectos negativos del exceso de control.

"Incluso si las madres eran muy controladoras, si además eran cariñosas, los efectos negativos del exceso de control disminuían en todos los grupos étnicos analizados", añade la investigadora. Por el contrario, "si las madres eran demasiado críticas con sus hijos, estos efectos negativos aumentaban".

Los científicos recomiendan que, para favorecer el desarrollo de los hijos, las madres les muestren afecto y apoyen sus juegos, limitando cuidadosamente sus intervenciones en estos.

"Sabemos que los niños, independientemente de la cultura, necesitan sentirse amados", explica Ispa. "Los niños captan el sentido de lo que sus madres intentan hacer, así que si una madre es muy controladora pero en general es una persona muy cálida, el niño siente que ella lo hace todo porque se preocupa por él, y que está tratando de hacer lo mejor para él. En cambio, si esa afectividad no está presente, entonces el niño sentirá, simplemente, que la madre está tratando de controlarlo y rechazará sus actitudes".

En su investigación, Ispa y sus colaboradores utilizaron grabaciones en vídeo para analizar a parejas de madres e hijos interactuando en entornos de juego cuando los niños tenían 1, 2, 3 y 5 años. Las madres y niños analizados habían participado en el estudio Early Head Start, un programa nacional diseñado para ayudar al desarrollo cognitivo, social y emocional de los niños de familias de bajos ingresos.

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