miércoles, 24 de octubre de 2012

El ictus no es una única enfermedad



El grupo de investigación en enfermedades neurovasculares del Instituto de Investigación Vall d'Hebrón (VHIR) es el único participante español en el mayor estudio genético sobre ictus realizado en el mundo. El trabajo ha estudiado el código genético de más de 72.000 personas entre enfermos y controles y concluye que la clasificación de los ictus según su causa va más allá de la propia enfermedad y se traduce también en claras diferencias genéticas entre los tres subtipos de ictus isquémicos conocidos.

Estos hallazgos tendrán, a la larga, un gran impacto clínico, pues cambian la forma de ver el ictus pero, sobre todo, son la puerta de acceso a la búsqueda de dianas terapéuticas específicas para cada uno de estos subtipos. El estudio -llamado METASTROKE- se ha publicado en la revista The Lancet Neurology y se trata de un análisis multicéntrico y sin precedentes.

Genes

El trabajo discrimina en clave genética entre tres subtipos de ictus isquémico: aterotrombótico, lacunar y cardioembólico. Ya se conocían los tres subtipos y se habían clasificado así según su causa. El hecho de que se demuestre que, a nivel genético, estos tres subtipos de ictus parecen tres enfermedades diferentes abre un nuevo abanico de posibilidades diagnósticas y terapéuticas.

Tal y explica Joan Montaner, director del Laboratorio de Investigación Neurovascular del VHIR, «si las causas de estos tres tipos de ictus son diferentes y se añade que genéticamente están claras las diferencias, los neurólogos debemos preguntarnos si estamos realmente ante una misma enfermedad. Quizás el ictus, tal y como lo conocemos hasta hoy, no es propiamente una enfermedad, sino un síndrome y es una manifestación clínica de diferentes procesos de origen aterotrombótico, lacunar o cardioembólico».

Hasta ahora, los tres subtipos de ictus isquémico y sus causas se tenían en cuenta en el estudio de la enfermedad y en las estrategias de prevención de un segundo episodio (prevención secundaria). Los hallazgos genéticos de este estudio, que incorpora unos 12.000 pacientes de ictus y unos 60.000 controles, «abren la puerta a la posibilidad de encontrar tratamientos específicos para cada subtipo de ictus y, por tanto, dianas terapéuticas orientadas, de forma muy específica incluso, hacia un tratamiento preventivo o una profundización de diagnóstico más precoz», comenta Montaner.

Los estudios con GWAS

Para poder identificar diferencias genéticas significativas entre pacientes con ictus y controles, se ha hecho lo que se conoce como GWAS (Genome-wide association studies). Tras estudiar 15 grupos de pacientes con un ictus isquémico hasta un total de 12.389 individuos afectados, 62.004 controles y conseguir replicar los hallazgos, se confirmaron dos polimorfismos para el ictus cardioembólico, localizados cerca de los genes PITX2 y ZFHX3. Estos polimorfismos ya se habían encontrado en estudios previos y ahora se han confirmado en modelos animales. Si se manipulan los modelos animales para que presenten o no estos polimorfismos, el riesgo de tener ictus debido a un problema cardioembólico aumenta.

Arritmias

Concretamente, en presencia de estos polimorfismos, hay un riesgo aumentado de padecer fibrilación auricular -la arritmia cardíaca más frecuente que se caracteriza por latidos desorganizados y poco efectivos para hacer un vaciado adecuado de la sangre del corazón-. Esta sangre se acaba acumulando y puede producir un coágulo que viajará por las arterias hasta obturar una arteria cerebral y causar un ictus.

El ictus aterotrombótico, debido a aterosclerosis, se ha relacionado claramente con un polimorfismo del gen HDAC9 y una región específica del código genético -el locus 9p21- y este último se había asociado con un mayor riesgo de infarto agudo de miocardio (IAM).

Ictus familiares

En el caso de los ictus lacunares, no se ha encontrado ningún polimorfismo relevante. De hecho, es una de las paradojas del estudio, «los ictus lacunares tienen una fuerte asociación familiar y, por ese mismo motivo, pensábamos que encontraríamos una fuerte relación genética. No ha sido así en el caso de estos ictus», explica Montaner.

«Esto nos lleva a pensar que a pesar de que la tecnología del GWAS nos da una información muy valiosa y necesaria, hay áreas 'de materia oscura genética' de la que no conocemos las funciones y que seguramente con el avance de la ciencia veremos que son determinantes», aclara Israel Fernández-Cadenas, responsable de la línea de investigación en genética de ictus del VHIR.

Un ictus puede tener consecuencias devastadoras, no sólo para los pacientes, sino también para sus familiares, especialmente cuando los pacientes sufren discapacidades graves o leves pero que afectan a su calidad de vida. Sólo en Europa hay 1,8 millones de altas hospitalarias por ictus cada año y se estima que en el año 2016 se producirán 1,4 millones de ictus.

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