Seguro
que usted aún recuerda (con horror) el trance de tener que ponerse un
supositorio. Hoy en día (afortunadamente, pensarán muchos) esta vía de
administración de fármacos ha pasado prácticamente a mejor vida.
"Llegaron
a tener una importancia tremenda", admite Marichu Rodríguez, presidenta de
la Sociedad Española de Farmacia Comunitaria (Sefac), "eran muy habituales
en la década de los setenta", aunque su existencia se remonta a muchos
siglos atrás. "El supositorio es una forma antiquísima de introducir
medicamentos en el organismo, que usaban ya los egipcios y, sobre todo, la
cultura mesopotámica", explica el catedrático de Farmacia de la
Universidad Complutense Francisco Javier Puerto; "aunque no fue hasta
principios del siglo XIX cuando comenzó su preparación semi industrial".
Puerto
explica que desde siempre se han utilizado los orificios naturales del
organismo para introducir medicamentos ("igual que para sacar los malos
espíritus"), lo que en el caso del recto se aprovecha de una zona
fuertemente irrigada por vasos sanguíneos para hacer llegar la sustancia a todo
el organismo.
El
problema, como admite la presidenta de Sefac, es que esta vía tiene una
absorción muy irregular en el organismo, "por lo que era muy difícil
controlar la dosificación".
Algo
residual
Este
comportamiento irregular, sumado a la incomodidad que suponía para el paciente,
hizo que poco a poco fueran cayendo en desuso, como coincide Carlos Valdivia,
de la Asociación Española de Pediatría de Atención Primaria (AEPap). "Hoy
en día se usan poco, son siempre la última alternativa".
Miguel
Ángel Hernández, coordinador del Grupo de Fármacos de la Sociedad Española de
Medicina de Familia y Comunitaria (semFYC), explica que los supositorios
vivieron su 'edad de oro' en un momento en el que no había tantas alternativas
en pastillas y porque "parecía que tenían un efecto muy rápido; aunque muy
irregular".
En
la actualidad, añade, prácticamente sólo se usan en situaciones de urgencia,
cuando el paciente no puede tragar, "en cuidados paliativos, porque tiene
convulsiones o algún tipo de deterioro cognitivo que le impide colaborar y
deglutir las pastillas". De manera que han quedado relegados a "casos
muy puntuales y justificados".
Prohibidos
en menores de 30 meses
En
Pediatría, los supositorios siguen teniendo cabida como analgésicos y
antitérmicos, en aquellos casos en los que el niño no los tolera por vía oral
porque está vomitando o simplemente porque los rechaza, algo habitual en
menores de dos o tres años, como reconoce Valdivia.
Sin
embargo, y aunque antaño se han usado también ampliamente para tratar la tos,
esta última indicación ha caído también en desgracia porque su eficacia es muy
limitada y también por el riesgo de convulsiones que puede ocasionar en menores
de dos años y medio.
Precisamente,
en septiembre de 2001, la Agencia Española del Medicamento emitió una nota de
alerta sobre el uso de "derivados terpénicos en supositorios". Estos
fármacos "incluyen sustancias como el alcanfor, cineol, eucalipto, pino,
tomillo o trementina que se han asociado con convulsiones en menores de 30
meses", prosigue el pediatra del Centro de Salud Los Boliches (en
Fuengirola, Málaga).
Contra
el estreñimiento
Otra
excepción destacada que sobrevive a la extinción son los supositorios de
glicerina contra el estreñimiento, "un producto estrella", como
admite Rodríguez.
Estas
pequeñas 'balas' gelatinosas actúan sin embargo de un modo diferente a los
supositorios de toda la vida. "En este caso se trata de una acción
puramente mecánica y local, para facilitar la expulsión de las heces; mientras
que antiguamente se trataba de que el fármaco se absorbiese a través de los
vasos sanguíneos que hay en el intestino hasta llegar a todo el torrente
sanguíneo".
Algunos
tratamientos ginecológicos que deben administrase por vía intravaginal también
recurren a los 'supositorios', aunque estos suelen tener un aspecto más
esférico que los tradicionales.
Al
contrario de lo que usted piensa...
Precisamente
sobre su forma de 'torpedo', un estudio publicado en 1991 en la revista 'The
Lancet' cuestionaba la idea generalizada de insertarlos por la punta, y
aseguraba que su viaje al interior del organismo era mucho más eficiente si se
insertaba primero el lado romo: precisamente para que el esfínter presione
sobre la punta una vez introducido y lo impulse hacia el interior del recto.
Coincide
con ello el doctor Valdivia: "Es frecuente que tras aplicar un
supositorio, éste se salga y tengamos que repetir la maniobra varias veces; e
incluso desecharlo y usar uno nuevo. Esto se debe por lo general a un error en
la técnica de aplicación". En su opinión, "aunque no parezca
lógico", la mejor manera es introducirlo por el extremo plano y no por el
puntiagudo; "esto facilita que quede alojado en el recto y cuando el ano
se contrae, se impulsa el supositorio hacia dentro y se evita que vuelva a salir".
"Es un error muy común, pero introducirlo por la punta es lo que suele
dictar la intuición", admite el doctor Hernández; "es algo que hay
que explicar".
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