Un
pequeño cambio en la programación de los desfibriladores, dispositivos diseñados
para detectar y corregir ritmos cardíacos anómalos, puede mejorar sus
prestaciones y ayudar a las personas con enfermedad cardíaca a vivir más y con
una mejor calidad de vida de lo que lo hacen ahora.
El
ensayo MADIT-RIT, dirigido por Arthur J. Moss, de la Universidad de Rochester
(EE.UU.), y publicado en The England Journal of Medicine (NEJM), sugiere que
con este pequeño cambio en la frecuencia cardíaca del dispositivo se evitaría
entre un 80% a 90% de las terapias inapropiadas, como las descargas
potencialmente dolorosas que provocan ansiedad ante ritmos cardíacos anómalos
pero que no son peligrosos ni potencialmente mortales. Y, para sorpresa de los
autores, la nueva programación del desfibrilador también aumentaba
significativamente la supervivencia, al reducir el riesgo de muerte en un 55
por ciento en comparación con los pacientes cuyos dispositivos utilizaban una
programación tradicional.
«La
forma en la que hemos estado utilizando los desfibriladores implantables en los
últimos 20 años ha sido realmente poco óptima», explica. Y añade: «la nueva programación
no sólo reducía la mortalidad, sino también el uso de terapias inapropiadas»
Arritimias
Los
desfibriladores automáticos implantables son muy eficaces en la prevención de
la mortalidad en pacientes con riesgo de arritmia cardiaca y muerte súbita ,
incluyendo a las personas que han sufrido un ataque al corazón. Sólo en EE.UU.
se implantan cada año unos 200.000; la cifra en España, según datos del
Registro Español de Desfibrilador Automático Implantable, es de más de 4.600 al
año.
Pero,
según un estudio realizado en 2008 y publicado en The Journal of the American
College of Cardiology, aproximadamente entre un 20 y un 25 por ciento de la
terapia con desfibriladores es inadecuada, y puede suponer un peligro para los
pacientes. Y una revisión más reciente de más de 45 estudios encontró que la
angustia emocional es relativamente común entre los pacientes: entre el 11 y el
28% tenía algún tipo de depresión y entre el 11 y el 26% trastorno de ansiedad.
El
trabajo de Moss, patrocinado por Boston Scientific, trataba de determinar si
diferentes maneras de establecer el dispositivo -un proceso complejo realizado
por un especialista en el ritmo cardíaco antes de la implantación del
dispositivo en el pecho de un paciente - podría reducir la aparición de una
terapia inadecuada.
Los
expertos recogieron datos de 1.500 pacientes en 98 centros hospitalarios en los
Estados Unidos, Canadá, Europa, Israel y Japón. Todos los pacientes tenían
enfermedad cardíaca y eran portadores de un desfibrilador.
Aumentar
la frecuencia
Moss
explica que hoy día la mayoría de los desfibriladores se programan para iniciar
la terapia cuando la frecuencia cardíaca es superior los 170 latidos por
minuto, aunque matiza que los ritmos de 180 o 190 no siempre son peligrosos, ya
que suelen ser de corta duración y podrían estar relacionados con una mayor
actividad. Desafortunadamente, dice Moss, los desfibriladores no son muy buenos
a la hora de distinguir entre los ritmos «malignas» y no perjudiciales.
Según
Moss, programar el dispositivo para ritmos mayores a los 200 latidos por minuto
reduciría el riesgo de experimentar una terapia inadecuada, además de disminuir
la mortalidad. En este sentido, Moss señala que «hay investigaciones que
sugieren que se produce un pequeño daño al músculo del corazón con cada
descarga. Por eso -subraya-, si podemos eliminar las perturbaciones
innecesarias, tendremos menos daño cardíaco y mejores resultados».
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