El
autismo parece anunciarse en los niños entre los dos y seis primeros meses de
edad. Así lo cree un equipo de investigadores del Marcus Autism Center del
Hospital Infantil de Atlanta y de la Emory University School of Medicine
identificar, en EE.UU. que aseguran que dichas señales se puede identificar
antes de los seis meses gracias a una tecnología de seguimiento ocular capaz de
medir la forma en la que los niños ven y responden a las señales sociales.
Los
investigadores evaluaron mediante esta tecnología a un grupo de 59 bebés desde
su nacimiento y aquellos que fueron diagnosticados de autismo mostraron una
disminución de la atención en los ojos mayor que el resto ya desde los dos
meses de edad. El estudio, que se publica en Nature, ha seguido a dos grupos de
recién nacidos: uno con mayor riesgo de trastornos del espectro autista, debido
a que tenían ya un hermano mayor con este enfermedad, lo que lo multiplica
hasta casi por 20, y otro con un riesgo menor, con familiares de primer,
segundo y tercer grado diagnosticados de autismo.
La
relevancia del trabajo radica en que se ha podido controlar a los niños desde
su nacimiento y durante los primeros seis meses. «Gracias a ello, hemos sido
capaces de recopilar grandes cantidades de datos mucho antes de que los síntomas
puedan observarse», apunta Warren Jones, autor principal del estudio. A los 3 años
de edad, un equipo médico confirmó los diagnósticos y los investigadores
entonces analizaron las diferencias que existían entre los diagnosticados y los
que no. Y lo que encontraron fue sorprendente.
Sorprendente
«Vimos
una disminución constante en la atención de sus ojos hacia otras personas ya
desde el segundo mes y hasta el año de vida en aquellos niños que posteriormente
fueron diagnosticados de autismo», explica el investigador Ami Klin, director
del Centro de Autismo Marcus. Y dichas diferencias eran evidentes incluso en
los primeros 6 meses de vida, lo que tiene profundas implicaciones para su
tratamiento. «En primer lugar, estos resultados ponen de manifiesto que existen
diferencias medibles e identificables presentes ya antes de los 6 meses de
edad. Además, lo que se observa es una disminución en la capacidad de observación
de los ojos con el tiempo, en lugar de una ausencia absoluta desde el
principio. Ambos factores tienen el potencial de cambiar dramáticamente las
posibilidades de estrategias futura para una intervención temprana».
Ahora
bien, advierten, lo que ha visto en este trabajo no es posible verlo a «simple
vista», sino que requiere una tecnología especializada y mediciones repetidas
del desarrollo del niño a lo largo del mes. Por ello, los padres no podrían
determinar si su hijo tiene esta alteración y no deben «preocuparse si su bebé
no le mira a los ojos a cada momento», asegura Jones.
Explorar
el entorno
Antes
de que puedan gatear o caminar, los niños exploran el mundo de forma intensa a
través de su mirada y así ven las caras, cuerpos y objetos, y también los ojos
de otras personas. Esta exploración es una proceso natural y necesario del
desarrollo infantil y por el que se establecen las bases para el crecimiento
del cerebro .
Este
trabajo es clave porque revela nuevos y desconocidos datos sobre el desarrollo
temprano de esta discapacidad social. Porque aunque los resultados muestran que
la atención a los ojos de los demás ya está disminuyendo desde el segundo o
sexto mes en los lactantes diagnosticados posteriomente con autismo, lo cierto
es que la atención a los ojos de los demás no parece estar totalmente ausente.
Los investigadores especulan que si se logra identificar a los bebés a esta
edad temprana se podrían plantear intervenciones que podrían reforzar los
niveles de contacto visual que todavía permanecen presentes en los bebés. No
hay que olvidar, afirman, que el contacto visual juega un papel clave en la
interacción social y en el desarrollo, y en que en el estudio, aquellos bebés
cuyos niveles de contacto visual disminuían con mayor rapidez también eran los
que estaban presentaban un autismo más grave. Esta diferencia en el desarrollo
temprano también ofrece a los investigadores una idea clave para futuros
estudios.
«La
genética del autismo han demostrado ser muy compleja. Cientos de genes pueden
estar involucrados y cada uno juega un modesto papel en una pequeña fracción de
casos, y contribuyen al riesgo de diferentes maneras en distintas personas»,
comenta Jones para quien estos datos revelan una forma en la que la diversidad
genética puede convertirse en incapacidad en fases muy tempranas de la vida. «Nuestro
siguiente paso será ampliar estos estudios con más niños y combinar nuestras
medidas de seguimiento ocular con las medidas de la expresión génica y del
cerebro crecimiento» .
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