Puede
pensarse a la hora de encender un cigarrillo, o cuando se opta por tumbarse en
el sofá en lugar de (al menos) caminar los 45 minutos a paso rápido que
recomiendan los especialistas. Puede pensarse al alcanzar la treintena o mucho
antes, pero lo que la ciencia ha demostrado es que los factores ambientales
(provocados por la propia conducta pero también por la exposición a elementos
más difíciles de controlar) no solo influyen en la salud del propio individuo,
sino también en la de su futura descendencia. Así lo pone de manifiesto un
estudio llevado a cabo en la Universidad de Adelaida (Australia) publicado en
la última edición de la revista Science, una de las publicaciones más
influyentes en su campo.
Como
destaca el director de IVI Madrid, Juan Antonio García Velasco, no se trata de
hacer saltar las alarmas, porque el aumento del riesgo absoluto es bajo. Eso
sí, más vale tener en cuenta que los genes no son lo único. "La naturaleza
es sabia y existe la selección natural, pero si se le ayuda el producto va a
ser mejor", destaca el especialista en reproducción asistida.
Detrás
de estos hallazgos están los llamados mecanismos de reparación celular, como la
metilación. "Los efectos pueden empezar desde que la propia madre ha sido
concebida", explica el director científico del IVI y la empresa IGENOMIX,
Carlos Simón. "Si uno se quiere preocupar, debe incluso preguntarse por
los efectos ambientales que han sufrido sus abuelos", comenta.
"Si
los nuevos conceptos en herencia transgeneracional epigenética son correctos,
el embrión precoz es extraordinariamente sensible a las señales que los gametos
reciben del ambiente", escriben los autores de la revisión de Science,
encabezados por la especialista Sarah Robertson.
En
el estudio se recuerda también cómo los cambios epigenéticos influyen en el
embrión antes incluso antes incluso de que este haya implantado, cuando
técnicamente aún no hay embarazo. "Es una hipótesis ya muy
establecida", afirma Simón. Como recuerda Robertson, algo tan
aparentemente nimio como una dieta baja en proteínas en los tres primeros días
de formación del embrión, retrasa la proliferación celular y afecta
negativamente al blastocisto.
El
organismo intenta, no obstante, evitar ese efecto del ambiente en el embrión.
De hecho, durante la concepción se da lo que se llama una reprogramación
epigenética pero, lo que aducen los autores, es que esta no bastaría para
evitar posibles riesgos en la salud futura del niño por nacer. "Es
importante no crear alarma, pero también es obvio que es bueno cuidarse",
resalta García Velasco.
Simón
por su parte aclara que hay factores ambientales, por ejemplo la exposición a
tóxicos, como los benzopirenos, frente a lo que poco se puede hacer. También
recuerda que para que factores como la dieta modifiquen la epigenética del no
nacido los cambios han de ser "extremos". "No hay que psicotizarse,
pero lo que estaría bien es que la sociedad se concienciara de que al
cuidarnos, no solo nos cuidamos a nosotros, sino también a nuestros hijos y
nuestros nietos", comenta el experto valenciano.
Uno
de los problemas asociados a la epigenética es que nunca se sabe cuándo estos
cambios pueden afectar a al línea germinal del individuo y, así, aumentar el
riesgo de que la futura descendencia tenga problemas. "Una de las
cuestiones claves que hay que resolver es cómo la exposición en determinadas etapas
específicas del desarrollo de los gametos influye en las marcas epigenéticas en
los ovocitos y el esperma; en concreto, cuán pronto comienza esta influencia,
así como el mecanismo por el que estas señales sobreviven a la reprogramación y
persisten en el embrión", escriben los investigadores australianos.
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