Bañadores,
bikinis, toallas, chanclas, pantalones cortos... Son elementos que nunca fallan
en nuestro equipaje veraniego, como tampoco se nos pueden olvidar las gafas de
sol, porque el sol también envejece la vista y, al igual que protegemos nuestra
piel, debemos hacer lo mismo con nuestros ojos.
Las
gafas de sol sirven, en primer lugar, explica Vicente Masiá, coordinador de
protección solar del Consejo General de Colegios de Ópticos Optometristas de
España, para que no nos deslumbre el exceso de luz. Segundo, pero no por ello
menos importante, nos protegerán frente al exceso de radiación ultravioleta,
una radiación muy energética que tiene la capacidad de alterar los tejidos
humanos. Su exceso puede producir inflamación en la córnea y la conjuntiva, así
como acelerar el proceso de envejecimiento del cristalino, provocando
cataratas. Además, si la radiación llegase a la retina, podría producir una
pérdida de visión momentánea, o prolongada si la exposición es permanente.
No
obstante, el ojo tiene sus propios sistemas de protección frente a la luz
ultravioleta, pero el hecho de que cada vez vivamos más y pasemos más tiempo al
aire libre hace que nuestro crédito de absorción de ultravioleta se agote mucho
antes, por lo que con unas gafas de sol tendremos una protección extra y más
segura, ha explicado Masiá a EL MUNDO. "Hay que tener mucho cuidado con
los rayos ultravioleta porque, aunque no se vean, siempre están ahí, incluso
cuando está nublado", advierte.
La
cuestión sería cómo elegir unas buenas gafas de sol que se adapten a nosotros.
En este aspecto, Masiá aconseja ponerse siempre en manos de los expertos, esto
es, explicar al óptico para qué queremos nuestras gafas: para conducir, ir a la
nieve, a la playa o si son más para la ciudad. Si, por ejemplo, "somos
conductores profesionales, vendría bien un tipo de lente de sol que no es
necesario quitar cuando entras en un túnel". Para ir a la playa, Masiá
considera que podría valer cualquier tipo de lente, mientras que para la
montaña o la nieve recomendaría "una marrón, que protege más de la luz
azul, que es tanto mayor cuanta mayor es la altura a la que estamos". Si
lo que queremos es una gafa todoterreno, que se adapte a cualquier situación,
el colegiado se decanta por una lente polarizada -que evita los reflejos- con
cristal marrón, que es muy protector. Aunque realmente, si la gafas son buenas,
el color de los cristales es más una cuestión estética que otra cosa, admite.
Otro
aspecto a tener en cuenta debe ser el tamaño de la montura. En opinión del
optometrista, hay que intentar que no sean demasiado pequeñas, es decir, que
protejan adecuadamente los ojos y alrededores. "Con esas gafas minúsculas
que se pusieron de moda hace tiempo corríamos el riesgo de que entrase la luz
de forma lateral o superior, por lo que quedábamos más desprotegidos",
recuerda Masiá.
No
hay que olvidar tampoco los niveles de protección, con un sistema similar al de
las cremas solares. Estos grados, estipulados por la Unión Europea, van de la
mínima a la máxima protección: el cero serían esas gafas que no son de sol pero
tienen un poco de color, y el cuatro correspondería a la máxima protección,
recomendable para hacer alpinismo -tan oscura que no se puede utilizar ni para
conducir, aunque sea de día-. Y ahora, la pregunta del millón: ¿Al aumentar la
protección aumenta el precio? "No necesariamente -explica Masiá- porque tú
te puedes comprar unas gafas de una firma de diseño pero con protección uno que
te cuesten 300 euros, o unas de una marca más común pero con mayor protección,
que te salgan por 55 euros".
Si
sólo tenemos unas gafas que utilizamos para todo, Masiá considera que en España
el nivel de protección tres es el adecuado. Quedan descartadas las gafas de
mercadillo, que "evitan el deslumbramiento de la luz porque el cristal es
oscuro, pero no protegen de los ultravioleta. De hecho, puede ser aún peor,
porque al ser la lente oscura, la pupila tenderá a dilatarse para poder ver
mejor, con lo que entrará más radiación en el ojo", advierte Masiá.
Dicho
esto, la conclusión es clara: si las gafas de sol no son buenas, mejor no
ponérselas, y menos aún en el caso de los niños. "Las gafas de sol son
especialmente recomendables en los pequeños de cero a seis años porque ellos
aún no tienen totalmente formado el cristalino, una lente intraocular que sí
tienen los adultos y que absorbe parte de la luz ultravioleta", explica
este especialista. Para ellos, también se indica una protección de grado tres.
Y
finalmente, quienes llevan habitualmente gafas de ver tienen tres opciones:
una, graduar las de sol; dos, poner clips o suplementos protectores encima su
montura habitual; o, finalmente, superponer a sus gafas de ver unas de sol sin
graduar. "Es una opción que quizá no es estéticamente tan bonita, pero
puede ser una solución para alguien con 15 dioptrías y a quien graduarse una
segunda montura le supone un gasto importante", concluye Masiá.
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