viernes, 24 de mayo de 2013

Mamá ¿fumaste durante mi embarazo?



Que el tabaco es malo para la gestación no es ninguna novedad. Los efectos son varios: niños que nacen más pequeños, más posibilidades de parto prematuro e incluso mayor mortalidad perinatal. Pero, según desvela un nuevo estudio publicado en la revista 'Diabetologia', las consecuencias pueden incluso saltar una generación. Así, las niñas que, cuando eran fetos, estuvieron expuestas al humo del tabaco, tienen más posibilidades de tener un embarazo complicado. En concreto, el riesgo de padecer diabetes gestacional (una de las complicaciones más frecuentes del embarazo) se dispara en las hijas de fumadoras que no dejaron el hábito durante el embarazo. No es lo único. Las futuras mamás hijas de embarazadas fumadoras tienen también más posibilidades de padecer obesidad en su gestación.

El tamaño de la muestra hace de éste un trabajo muy fiable. Como es habitual, vuelven a ser los nórdicos y sus registros los que hacen mejores estudios prospectivos. En este caso, los investigadores de la Lund University (Suecia) analizaron los datos del registro nacional médico de todas las mujeres nacidas a partir de 1982. La fecha no es casual: es cuando se empezó a preguntar a las embarazadas sobre sus hábitos tabáquicos.

Así, los autores del estudio tenían los datos de 80.189 gestantes, a las que se había preguntado (y así se había registrado) por su adicción a la nicotina. De hecho, se habían dividido en tres categorías en este sentido: no fumadora, de exposición moderada (las que fumaban entre 1 y 9 cigarrillos diarios) y muy expuestas (10 o más pitillos al día).

30 años después, buscaron a esas niñas y, entre ellas, estudiaron a las que habían sido madres y habían presentado las siguientes circunstancias durante su embarazo: obesidad, diabetes gestacional y diabetes no gestacional.

Tras cruzar los datos con el estatus de fumadora de sus madres, el estudio mostró una asociación muy potente entre el hábito de las progenitoras y la obesidad y la diabetes gestacional de la siguiente generación durante su embarazo.

Los autores localizaron a 7.871 embarazadas de segunda generación con alguno de estos problemas. Por supuesto, la obesidad fue el más frecuente, estando presente en 7.300 gestantes. El siguiente fue la diabetes no gestacional (280) y la gestacional (291).

El siguiente paso era saber si había alguna relación entre esos síndromes y el hecho de que sus madres hubieran fumado. La respuesta fue abrumadora. Las hijas de las madres que fumaban moderadamente tenían un 62% más de riesgo de padecer diabetes gestacional, cifra que se reducía a un todavía elevado 52% en las hijas de madres que consumían más de nueve cigarrillos al día.

Con la obesidad, los datos no eran tan elevados, pero también se vio asociación entre ambos parámetros. Así, las hijas de grandes fumadoras tenían un 58% más de posibilidades de ser obesas durante su propio embarazo y un 36% si las madres habían fumado con moderación.

Los autores explican esta conclusión, hasta ahora solo probada en animales, con dos posibles teorías. La primera sería que la exposición del feto al tabaco podría provocar alteraciones en el apetito y la sensación de saciedad. La segunda, que esa misma exposición llevara a una tasa mayor de muerte de las células beta del páncreas que producen insulina, lo que incrementaría la expresión genética de factores de transcripción que desencadenaran la formación de grasa, algo relacionado tanto con la diabetes como con la obesidad.

Sin embargo, como todos los estudios de este tipo, los autores reconocen posibles fallos. El principal sería que solo se estudió esa asociación y no se tuvieron en cuenta factores como si el resto de la familia fumaba o no y el tipo de dieta que habían seguido las embarazadas de segunda generación durante toda su vida.

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