En
el año 2008, los resultados preliminares de un estudio que se estaba llevando a
cabo en Sudáfrica con niños seropositivos supusieron todo un cambio de
paradigma. Sus datos mostraban que iniciar la terapia antirretroviral de forma
temprana en recién nacidos conseguía reducir la mortalidad en un 76% y la
progresión de la enfermedad en un 75%. En cambio, dilatar el comienzo del
tratamiento sólo arrojaba consecuencias negativas.
Dos
años después, la Organización Mundial de la Salud cambiaba sus recomendaciones
para que, en lugar de tener en cuenta el estado inmunológico de los pequeños o
su situación clínica, se iniciase el tratamiento con antirretrovirales en todos
los pequeños seropositivos menores de dos años.
La
revista 'The Lancet' ha publicado los resultados finales de aquel estudio y sus
datos vuelven a apoyar la efectividad de iniciar de forma temprana la atención
farmacológica en los niños con VIH. Además, el trabajo apunta lo que puede ser
una nueva perspectiva terapéutica a tener en cuenta.
Aunque
este punto debe ser corroborado por nuevos análisis, la investigación sugiere
que interrumpir temporalmente la terapia después de un inicio temprano es
efectivo, seguro y no favorece la progresión rápida de la enfermedad.
"Este
importante hallazgo indica que se podría parar de forma temporal el tratamiento
y evitar a los niños los efectos tóxicos de los antirretrovirales durante un
tiempo, siempre que se pueda realizar un seguimiento cuidadoso", ha
señalado en un comunicado Mark Cotton, profesor de la Universidad Stellenbosch
de Sudáfrica y uno de los principales firmantes del trabajo.
Tanto
su propio equipo en la revista médica como un comentario que acompaña al
trabajo subrayan que esta hipótesis debe ser ratificada ya que, por el diseño
del trabajo, no se han podido comparar los efectos de la interrupción de la
terapia con los que tendría seguir de forma continuada con el tratamiento.
Parar
la terapia
No
hay los suficientes datos a largo plazo para conocer qué consecuencias tiene la
interrupción, señalan Robert Colebunders y Victor Mussime, especialistas en VIH
y autores del comentario que publica 'The Lancet'. Por otro lado, añaden,
"las interrupciones en el tratamiento requieren una monitorización
cercana, tanto clínica como inmunológica, para asegurar la detección temprana
de la progresión de la enfermedad y restablecer el tratamiento si es necesaria.
Pero esta estrategia podría no ser factible en la mayoría de los lugares con
pocos recursos del África Subsahariana, que es donde viven más del 90% de los
niños con VIH".
De
la misma opinión es Claudia Fortuny, pediatra especialista en la atención a
niños con VIH del Hospital Sant Joan de Déu de Barcelona, quien, con todo,
reconoce que este trabajo demuestra que al menos en determinadas circunstancias
"parecería plausible interrumpir el tratamiento".
"Hoy
por hoy, es necesario avanzar en el desarrollo de tratamientos para los niños.
Si dispusiésemos de terapias más potentes y menos tóxicas no tendría sentido
plantearse la interrupción", subraya. "Pero a día de hoy, en
determinadas circunstancias, como cuando existe una coinfección por
tuberculosis y siempre que se pueda hacer un seguimiento muy cercano", sería
interesante, señala.
Tanto
para Fortuny como para el resto de especialistas, hasta que se tengan más datos
sobre este punto, lo más interesante del trabajo es la ratificación de que
administrar antirretrovirales de forma temprana es mucho más efectivo que
retrasar la medicación.
El
trabajo, que se inició en 2005, realizó un seguimiento a una muestra de 377
niños seropositivos de entre 6 y 12 semanas de edad que se dividieron en
función de su atención. Así, un tercio se asignó a una terapia inmediata basada
en inhibidores de la proteasa que se siguió de forma continua durante 40
semanas y luego se interrumpió, otro siguió el mismo patrón pero continuó el
tratamiento durante 96 semanas y, finalmente, el resto de los participantes no
recibió medicación hasta mostrar signos de enfermedad o de que su sistema
inmunitario se había debilitado (la práctica habitual entonces).
Tras
48 semanas de seguimiento, los grupos de la terapia temprana ya mostraron
beneficios significativos respecto a los niños que no habían recibido
medicación en un primer momento. Pero, cinco años después del inicio de la
investigación, los investigadores comprobaron que la evolución de los primeros
seguía siendo significativamente mejor que la de los segundos.
De
media, los niños que no recibieron medicación temprana necesitaron tratamiento
unas 20 semanas después del inicio del estudio. Aquellos que tomaron los
antirretrovirales durante 40 semanas y luego interrumpieron el tratamiento, no
necesitaron medicación durante 33 semanas, un periodo que se prolongó hasta las
70 semanas en los pequeños cuyo tratamiento inicial fue de 96 semanas.
Pero,
pese a que los pequeños a quienes no se dio medicación hasta que mostraron
signos de enfermedad estuvieron más tiempo tomando medicación que el resto, sus
tasas de mortalidad, complicaciones y admisiones al hospital fueron más
elevadas que las del resto.
Esto
demuestra que un tratamiento temprano seguido de una interrupción es
"definitivamente mejor y más coste-efectivo que retrasar el tratamiento",
ha señalado en el citado comunicado Avy Violari, de la Universidad
Witwatersrand de Sudáfrica y otro de los firmantes del trabajo.
Este
especialista se pregunta qué resultados hubiera dado prolongar el periodo
inicial de tratamiento temprano o, incluso, mantener de forma continuada esta
terapia, una perspectiva que también valoran los autores del comentario sobre
el tema publicado en 'The Lancet'.
"En
este estudio, los niños iniciaron la terapia con antirretrovirales a una edad
media de siete semanas. Incluso es posible que pudieran conseguirse mejores
resultados si pudiéramos tratar a neonatos infectados con VIH antes",
señalan los investigadores, quienes citan el caso de la niña de Mississippi,
que se considera curada de la infección (recibió la primera dosis de
antirretrovirales apenas 31 horas después de su nacimiento).
Coincide
nuevamente en este punto Fortuny. "El caso de la niña estadounidense es
excepcional, pero creo que tratar muy precozmente y de forma intensa a los
niños puede ser una estrategia muy interesante para, como mínimo, convertir a
los niños en no progresores o progresores lentos de la enfermedad", señala.