jueves, 15 de septiembre de 2011

Más cerca del 'dolorímetro' perfecto


Hay muchas cosas que actualmente sólo se pueden medir indirectamente. Una de ellas es el dolor, que constituye una experiencia subjetiva. El gran reto es conseguir un método para calibrarlo de forma directa y objetiva. El 'dolorímetro' perfecto aún no existe, pero se están produciendo avances importantes. El último de ellos es un sistema que identifica las zonas del cerebro que se activan ante el dolor.
"¿Dónde le duele? ¿Con qué intensidad?". Estas y otras preguntas mucho más específicas son las que ayudan a los médicos a valorar lo que sufren sus pacientes. Existen escalas y cuestionarios científicamente validados que evalúan el relato del propio paciente. En la mayoría de los casos, esta aproximación proporciona información suficiente para decidir cuál es el mejor tratamiento. Pero, por multitud de razones, no es infalible. La percepción del 'tormento' varía en función de la persona y de la cultura. Además, a veces resulta muy complicado distinguir claramente el dolor de estados emocionales como la ansiedad o la depresión. Finalmente, hay personas que no pueden expresar de ninguna forma su padecimiento. Tal es el caso de los niños menores de seis años y los ancianos con demencia.
El detector de dolor ingeniado por el equipo de investigadores capitaneado por Sean Mackey, jefe de la División de Manejo del Dolor de la Facultad de Medicina de la Universidad de Stanford (Estados Unidos), se basa en la técnica de imagen conocida como resonancia magnética funcional. Con esta tecnología se 'fotografió' la actividad cerebral de 24 individuos mientras eran sometidos a estímulos dolorosos y neutros aplicándoles calor en el antebrazo. Se introdujeron los datos obtenidos en un ordenador que, con un programa especial, elaboró un modelo capaz de identificar a aquellos sujetos que experimentaron dolor. Y lo hizo con un porcentaje de aciertos del 81%. El programa localizó cinco áreas de la corteza cerebral cuya actividad se incrementaba con el dolor.
Los investigadores consideran que sus resultados, publicados en 'PLoS ONE', son muy prometedores, pero advierten de que su sistema aún está muy lejos de la práctica clínica. Un experto español en dolor, Francisco Reinoso, jefe de sección de Anestesia Pediátrica del Hospital La Paz de Madrid, coincide con esta apreciación. Reconoce que, en estos momentos, "la herramienta más fiable que tenemos para medir la subjetividad es la resonancia magnética funcional". Sin embargo, llevarla a la práctica diaria requeriría realizar más estudios para confirmar su utilidad y, de todos modos, resultaría demasiado caro y laborioso.
El doctor Reinoso señala que el uso del método desarrollado en Stanford no valdría para todos los pacientes. Es más, no serviría en muchos de los casos en los que los cuestionarios están descartados: los bebés y los ancianos con problemas cognitivos. "La demencia produce atrofia de la corteza cerebral y en los niños muy pequeños hay una inmadurez de esta zona". Por lo tanto, en estos dos grupos se observaría una activación cerebral que no responde al patrón habitual.

Otras opciones

Pero para los benjamines y los mayores existen otras alternativas. Fundamentalmente, se valoran los cambios fisiológicos, vegetativos y conductuales. Por ejemplo, se mide la frecuencia cardiaca, la tensión arterial, la frecuencia respiratoria, la dilatación pupilar, la sudoración... Todos ellos se alteran cuando se sufre dolor. "El problema es que son parámetros muy sensibles, pero poco específicos", recalca el experto. Así, un recién nacido también puede tener la frecuencia cardiaca y la tensión elevadas porque tiene hambre. Por eso, los médicos se fijan, asimismo, en otros aspectos. Si un bebé recién operado ya ha comido y se encuentra al abrigo de sus progenitores, lo más probable es que la modificación de sus constantes se deba al dolor. Con los ancianos se actúa de forma similar.
En el resto de los casos, lo más habitual es pedir al paciente que describa su dolor utilizando una escala del cero al 10. "Es la más útil, pero muchos experimentos muestran que un mismo estímulo doloroso puede ser calificado de forma muy diferente por distintas personas. Y no es que estén mintiendo o exagerando", puntualiza Reinoso.
El especialista apunta que influyen aspectos como el contexto en el que se produzca la lesión. "No es lo mismo que alguien se dé un golpe salvando a otra persona de un peligro que el hecho de que una mujer reciba ese mismo golpe como consecuencia de un acto de violencia de género", cita a modo de ejemplo. El componente emocional hace que, en el primer caso, el dolor llegue a desaparecer, mientras que en el segundo se percibirá con mucha más intensidad.
La medición objetiva es un reto difícil, pero no inalcanzable. En opinión del médico español, se logrará cuando se pueda determinar "la actividad que se produce en los núcleos laterales del tálamo". Dicha región cerebral es la que "recoge específicamente la información pura y dura relacionada con un estímulo doloroso, sin componente subjetivo". Este 'santo grial' aún está fuera del alcance de los investigadores; los motivos son tecnológicos y éticos. En animales de experimentación se ha conseguido estudiar esta zona gracias a métodos agresivos: introduciendo electrodos en sus cerebros.

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