martes, 6 de septiembre de 2011

Los últimos de la heroína


Suele comenzar con moqueo, lagrimeo, calambres y dolores musculares, un cuadro que se va agudizando según avanzan las horas y al que acompañan convulsiones y alucinaciones. Éstos son los síntomas que sufren los adictos a la heroína cuando pasan el conocido «mono». Durante los años 70 y 80 el consumo de heroína tuvo su punto álgido, convirtiéndose en una de las principales preocupaciones de la población durante muchos años. Desbancada por la cocaína, la heroína ha quedado en la actualidad en un tercer plano. Pero los estragos que este estupefaciente generó durante mucho tiempo se reflejan hoy en aquellos que la consumieron. Es el caso de Francisco y Carlos (nombres ficticios porque prefieren mantener el anonimato).
«A causa de mi adicción me separé de mi entorno, estuve cinco meses en el hospital con tuberculosis y me quedé en 39 kilos», explica Francisco. «Empecé a consumirla con 30 años en un viaje a la India y al mes de estar allí, ya estaba enganchado», continúa. Conseguir la dosis nunca ha sido problema para estos jóvenes, que creyeron tener todo controlado. «Siempre me he buscado la vida para conseguirlas; aunque no tengas dinero te apañas», argumenta Francisco. «Cuando salí del hospital, dije ‘‘hasta aquí hemos llegado’’, y decidí acudir al centro de día para desintoxicarme» continúa, «con la ayuda de mis primos pude salir adelante, aunque lo principal es tener voluntad y querer dejarlo». Francisco acude cada semana al centro, desde hace casi 12 años a por su dosis de metadona. «Quiero dejarla ya, porque al final es un enganche más, he hablado con mi médico para que me disminuya la dosis sin que yo lo sepa, porque creo que ahora estoy preparado para dejarlo», finaliza.


En cambio, el comienzo de Carlos con esta droga tuvo lugar con sólo 17 años. «Dejé a mis amigos y empecé con otras compañías que de alguna manera me perjudicaron», asegura.
Aunque el problema parece desaparecer, estos pacientes tienen que estar alerta, ya que una pequeña recaída puede llevarles a tirar su esfuerzo por la borda.
«He estado ingresado en muchos centros, ya que he tenido varias recaídas. Llevo con metadona más de 12 años, pero he sido tratado con otros medicamentos, porque al principio la dispensación de la metadona no era fácil», asegura Carlos. «Yo no quería dejarlo, me sentía joven y la idea de verme encerrado en un centro no me gustaba». Pero «mi adicción fue a más; cuando además me enganché a la cocaína, me vi mal, y decidí ingresar en el centro –continúa–, yo tuve la iniciativa, aunque siempre te motiva el apoyo de tus padres, y lo haces por ellos». Carlos asegura que «la heroína te lleva a estar perdido, siempre estás hecho polvo, te vas demacrando, no tienes tiempo ni para asearte». Carlos cuenta cómo algunos de sus amigos consiguieron vencer la adicción como él, pero otros tuvieron menos suerte, no consiguieron superarlo y continúan enganchados o murieron por el camino.
Además de superar su adicción, los dos se enfrentan cada día a la sociedad. «Yonkis» o «drogatas» son algunos descalificativos con los que ésta ha tachado a estas personas, mientras que aquellos que consumían cocaína eran tratados de forma distinta o estaban mejor vistos que los primeros, relacionándolos incluso con el poder y la riqueza. Francisco asegura que para él la reinserción no ha sido un problema, ya que le ha ayudado mucho vivir en una ciudad como Madrid. Carlos cuenta cómo la gente parece alegrarse de su recuperación pero luego no es así, y se siente señalado, hasta tal punto que tuvo que cambiar de lugar de residencia.

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