Este
viernes se entrega el prestigioso premio Lasker de investigación clínica (los
llamados 'Nobel estadounidenses') que este año reconoce el trabajo de los tres
pioneros de la implantación coclear: Graeme Clark, Ingeborg Hochmair y Blake
Wilson. "Sus esfuerzos han transformado la vida de cientos de miles de
personas que, de otro modo, serían sordas", señala Gerard O'Donoghue,
otorrinolaringólogo del Queen's Medical Centre (Nottingham, Reino Unido), en un
artículo publicado en la revista 'The New England Journal of Medicine'.
Así
lo definía Mercedes (,una joven con hipoacusia profunda de nacimiento) a
ELMUNDO.es hace dos años: "Este aparato es muchísimo mejor que la máquina
de vapor de Watt, es una tecnología maravillosa y a mí me ha cambiado la
vida".
Beethoven,
que también sufría discapacidad auditiva, escribió (en 1802): "Vivo sin
conversaciones, sin confidencias, completamente solo [...] Esto me ha
desesperado tanto que estuve a punto de poner fin a mi vida".
Con
este ejemplo, O'Donoghue subraya los sentimientos de desesperación, pena y
aislamiento que experimentan las personas con pérdida auditiva antes de
inventarse el implante coclear. "A los pocos que buscaban ayuda médica les
decían que no había nada para ellos", señala el responsable del artículo.
Los
primeros implantes
En
1978 se desarrollaron en Australia los primeros implantes cocleares
multicanales, precursores de los actuales, que permitían captar el sonido con
una óptima calidad. Después de varios ensayos clínicos, la agencia americana
del medicamento (FDA) aprobó su uso en adultos. Desde entonces, más de 300.000
personas con esta discapacidad se han beneficiado de un invento que les permite
oir y todo gracias a los esfuerzos de los tres artífices del mismo.
Según
la Organización Mundial de la Salud (OMS), hoy en día se estima que 360
millones de personas en el mundo viven con pérdida auditiva incapacitante.
"Dado que este problema aumenta con la edad, se prevé que la carga mundial
de morbilidad atribuible a la sordera también incrementará y, por lo tanto, los
medios capaces de 'reparar' esta discapacidad adquirirán cada vez más
importancia".
Pero
la sordera afecta a todas las edades. Para el niño, el oído es fundamental en
su desarrollo neurocognitivo. "La privación del sonido temprano degrada la
multiplicidad de los circuitos neuronales que se encargan de procesar la
información, especialmente los involucrados en la adquisición del habla y el
lenguaje". Además, continúa O'Donoghue, "afecta a otras funciones
cognitivas y, como la capacidad de escribir una lengua depende en gran medida
de la audición de su contenido fonológico, las tasas de alfabetización entre
los niños sordos se han mantenido bajas [...] Esto conduce a malos resultados
educativos, oportunidades limitadas de empleo y la participación restringida en
la sociedad. Para muchos, la lengua de signos se convierte en el único medio de
comunicación. No es sorprendente que los adolescentes sordos se sientan
marginados y necesiten más apoyo psicológico que sus compañeros oyentes".
Según
Manuel Manrique Rodríguez, del departamento de Otorrinolaringología de la
Clínica Universidad de Navarra, "con los implantes cocleares, ahora un
niño sordo desarrolla el lenguaje normalmente, puede aprender otros idiomas y
llegar a la universidad en un porcentaje que antes era impensable. Les permite
integrarse en la sociedad de una manera que antes era ciencia ficción".
Este
especialista, que conoce "personalmente a los premiados", elogia su
trabajo y les felicita por su premio. Concretamente, Clark escribió un capítulo
en un libro ('Implantes Cocleares') que publicamos en el grupo del programa de
Implantes Cocleares de la Universidad de Navarra, del que Manrique es director.
En
cuanto a los adultos que desarrollan sordera profunda, añade el experto,
"a menudo se sienten avergonzados por su discapacidad y se ven obligados a
retirarse de las conversaciones con familiares y amigos". En muchos casos,
"puede provocar desempleo".
Entre
"los ancianos, la sordera profunda compromete la vida independiente, ya
que muchos de ellos desarrollan una especie de miedo a quedarse solos".
Por otra parte, se ha visto que "la sordera se asocia con un mayor riesgo
de demencia".
Un
imposible hecho realidad
'Recuperar'
la audición en las personas con sordera profunda era todo un reto y ahora se
puede decir que el implante coclear lo ha conseguido, aunque hay que matizar
que no todas las hipoacusias pueden tratarse con este aparato, sólo las de tipo
neurosensorial (las que afectan al oído interno). Primero se tratan con
audífonos y si éstos no son efectivos se procede al implante.
El
primero, a modo experimental, tuvo lugar en París, el 25 de febrero de 1957.
Los doctores Djuro y Eyries insertaron un hilo de cobre en el interior de la
cóclea a un paciente sordo y éste consiguió percibir algunos sonidos y seguir
el ritmo del lenguaje.
Muchos
expertos se preguntaban cómo era posible que un puñado de cables consiguieran
convertir las señales auditivas en impulsos eléctricos hasta llegar al cerebro.
Y no sólo eso, indica el doctor Manrique. "Al principio, los implantes
fueron muy criticados por el mundo médico. Se pensaba que la estimulación del
oído podría generar trastornos neurológicos en el individuo".
Miedo
a los posibles efectos neurológicos
El
doctor Manrique asegura que en algunos congresos estos investigadores "han
tenido que salir por la puerta de atrás (por ejemplo, en un congreso en
Melbourne -Australia-), ya que se concentraban manifestaciones de personas
sordas que mostraban su oposición a estos aparatos. Esto era en los años '80,
puntualiza. "A medida que se fueron viendo resultados, la oposición iba
perdiendo fuerza. "En los '90, los implantes ya se popularizaron y a
partir del año 2000, se instalaron como procedimiento reconocido en el mundo
médico y científico".
Antes
de eso se realizaron numerosos estudios sobre su eficacia y seguridad. Los
primeros pacientes pasaron horas y horas en los laboratorios. En la década de
los '80, se hizo evidente la necesidad de desarrollar implantes coleares
multicanales, es decir, que estimularon varios sitios dentro de la cóclea para
el reconocimiento de la voz. Son los precursores de los actuales y permitían
captar el sonido con una calidad mejor.
Gracias
al tesón de los autores, remarca el otorrinolaringólogo español, los implantes
de hoy han sufrido "una evolución impresionante". Si, por ejemplo,
"hace 30 años podíamos aspirar a que las personas entendieran el 30% de
una conversación, a medida que ha ido mejorando el propio implante y se han ido
refinando las técnicas quirúrgicas, los afectados entienden una media del 85%
de la conversación".
Más
investigación
Aunque
el éxito de los implantes depende de varios factores, entre ellos el tiempo que
se tarda desde que se inicia la sordera hasta que se realiza la intervención, y
existen algunas limitaciones, como que la percepción musical es mucho más
imperfecta y en ambientes ruidosos la audición se degrada. "Los implantes
cocleares están diseñados para la percepción de la palabra hablada".
Por
eso, es importante que la investigación continúe, para mejorar 'esta máquina de
vapor' (tal y como define Mercedes), por ejemplo, creando canales más efectivos
de estimulación con menos electricidad.
A
pesar de las limitaciones, el implante coclear ha cambiado la vida de más de
300.000 personas con hipoacusia. Y por eso, este año el Premio Lasker-DeBakey a
la Investigación Médica Clínica es para sus artífices: Graeme Clark, Ingeborg
Hochmair y Blake Wilson. Por mejorar el tratamiento clínico de estos pacientes.
La ceremonia de entrega se realiza este viernes en Nueva York.
O'Donoghue
lo tiene muy claro: "Estos tres científicos tuvieron el valor suficiente
para seguir adelante con lo que parecía un proyecto imposible y el coraje de
permanecer firmes ante las críticas. Sus ganas de mejorar la vida de las
personas con sordera estaban por encima de todo. Han convertido el silencio en
sonido y no sólo recibirán el premio Lasker, ya han obtenido uno mucho mayor,
el reconocimiento de las más de 300.000 personas que hoy pueden oir gracias al
implante coclear".
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