La alergia es todavía
un complicado acertijo aún por desentrañar. ¿Por qué se ha convertido en una
epidemia en los países industrializados? ¿cómo podemos protegernos? ¿por qué se
desencadena? Hasta ahora la mejor explicación la ofrece la llamada «hipótesis de la
higiene», la que sostiene que el exceso de limpieza durante la
infancia podría ser el culpable del «boom» de alérgicos en los países
desarrollados. También parecía suficientemente probado que la alergia se
produce por una reacción equivocada de nuestro sistema inmune frente a
sustancias tan diferentes como el polen, picaduras de insectos, el pelo de los
animales o ciertos alimentos. Pero una nueva investigación que merece la
portada de la revista «Nature» aporta otro punto de vista. La nueva hipótesis,
un desafío a dogmas e ideas convencionales, sugiere que las respuestas alérgicas
son una respuesta exagerada para proteger a nuestro organismo de toxinas
ambientales.
La investigación del
equipo de Ruslan Medzhitov apunta a la idea de que la inmunidad alérgica surgió
como un mecanismo de defensa de los mamíferos para protegerse frente a
factores ambientales nocivos, desde la acción de parásitos a venenos y toxinas
naturales. El sistema inmune ha evolucionado y la acción de esos parásitos ha
desaparecido a lo largo de millones de años de evolución, pero los mamíferos
siguen utilizando ese mismo mecanismo de protección para inducir la alergia.
Estornudos necesarios
Las manifestaciones en
forma de estornudos o picor son síntomas necesarios que ayudan al organismo
a reducir la exposición de esos tóxicos y a facilitar la expulsión de las
sustancias no deseadas. Son mecanismos de defensa, aunque a veces pueden llegar
a ser muy dañinos cuando se producen en exceso.
Las alergias son, por tanto, el
precio de la evolución humana. En ausencia de infecciones parasitarias en las
sociedades desarrolladas ese mecanismo de defensa se transforma en una
respuesta alérgica. «Es el precio que tiene que pagar el ser humano», según
Fred Finkelman, del Centro Médico de Veteranos de Cincinnati (Estados Unidos).
En un artículo de opinión que acompaña este trabajo apunta, sin embargo, que
esta teoría no implica un efecto contrario. Es decir, que las personas no alérgicas
no estén menos protegidos contra los tóxicos.
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